Yo no entiendo de marcas, lo siento, me da lo mismo la tarjetita verde que me dieron en la BP, que la tarjetita azul que me endiñaron en cualquier otro sitio, me da lo mismo si Pedrosa compra su lubricante en la Repsol, o si la gasolina me cuesta cuatro centimos menos en la Cepsa o en el Carrefour. Yo no quiero naranjas ni melones, y lo que rasco lo rasco por mi cuenta cuando puedo y me dejan. Soy una mujer libre que lo que quiere es disfrutar siempre que pueda, y las gasolineras no son mis sitios de ocio favoritos.
Con ésto, quiero deciros que en realidad acudo a repostar porque no tengo más remedio, y aunque rechine, yo siempre voy a la misma gasolinera porque me ponen la gasolina y no me mancho las manos, lo demás me es indiferente. Además, qué quereis que os diga, mi gasolinero bien merece la pena darse el paseo hasta allí, ¿No os parece?.
Aunque a mi amiga Nines le pese, es a mí a la que el gasolinero sonríe, le mete la manguera y deja llena. Aunque sí, me cobra, y eso que durante muchos minutos permanezco sin respiración.
Aunque a mi amiga Nines le pese, es a mí a la que el gasolinero sonríe, le mete la manguera y deja llena. Aunque sí, me cobra, y eso que durante muchos minutos permanezco sin respiración.
Sin embargo, no intercambio palabras con él, nada de compromisos, ni mentiras ni verdades a medias. Yo le digo lleno y él siempre me responde con la misma pregunta: “¿95?”.
Noventa y cinco, noventa y ocho, eurodiesel… ponme lo que quieras, pienso yo mientras asiento, tímida, con la cabeza. Y él, como un artista, enchufa la manguera, le pone el segurito, y lo hace todo sin manos, sin mirarme, sin dejar de medio sonreír.
Mi gasolinero acaba pronto. Ni tengo mucha capacidad ni él parece muy interesado. Es un profesional. Me mira, esta vez serio y dice: “45”.
Mientras le entrego el billete me pregunto si todo su vocabulario consiste únicamente en cifras. El, sin saber en lo que pienso, acaricia el billete de 50, le palpa la vena varias veces, lo mira al trasluz, chasquea la lengua y vuelve a sonreír.
“Ciao”, me dice mientras me da la vuelta. “Ciao”, respondo yo con carita de tonta, mientras me lo imagino sentado en clase de italiano, aprendiendo los números aplicadamente. “Ciao”, repito una vez más con un suspiro esta vez a la nada, mientras mi gasolinero va a enchufar su manguera en cualquier otro agujero. Eso sí, cobrando. Siempre.
En unos días volveré, aunque no necesite gasolina ni puntos desdeluego, los que tengo los llevo puestos sobre la piel y se me erizan cada vez me mira, y él lo ha notado por que me atisba con disimulo tras la blusa entreabierta , le he visto. A ver si alguna vez me atrevo a decirle que me mire alguna cosa más, eso si, sin cobrarme, aunque si lo hace bien, tal vez le deje una propina.
Dedicado a las chicas de este Blog.
( Znb/Relato adaptado por Anksunamun)
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