Pese a los cambios en negativo y las progresivas presiones de estos años, siempre encuentras a ese primer grupo sonrientes, positivos, dando gracias a Dios por los alimentos que vamos a tomar y por el sueldo puntual que cobraremos el día 20. Es cierto que, como al resto, les incomodan muchas de las nuevas tareas o el deterioro laboral, pero lo afrontan con conformismo franciscano, manteniendo la buena cara siempre, aunque sea la de cuando sopla el viento de frente y estás tragando moscas o polvo pero quieres salir bien en la foto.
No hay nada más desesperante que un ciudadano feliz, de esos que apoyan al gobierno en todo, les suba los impuestos, les recorten derechos o les pongan la jubilación más lejos de donde alcanza el Hubble, pues con tus compañeros conformistas igual, se te cae el alma a los pies viendo que 'siempre miran el lado brillante de la vida' (M. Python).
Y es que hay gente que todo lo ve bien, aunque a su alrededor el mundo esté patas arriba -ya lo ordenaremos- te dicen. Esta gente son de esos que si hubiesen viajado en el Titanic no solo no se hubieran enojado por la zozobra del navío, sino que mantendrían la sonrisa en el momento de hundirse confiados en que no estaba pasando nada grave; bah, "pequeños hilillos" de agua por babor.
Bien, pues en la empresa, entre nosotros, abundan este tipo de empleados que parecen salidos de vainas extraterrestres, los que ven siempre la botella medio llena, y creen que el sacrificio debe formar parte de un currículo como dios manda.
Estos compañeros que viven en el mundo feliz, nunca dejan de sorprenderme y me comparo a ellos, enfrentando su resignación cristiana a mi rabia inconformista y no acabo de encajar las piezas, ¿Soy yo exigente o ellos tienen una capacidad anal ilimitada?
Lo cierto es que hay muchos así, encargados especialmente, atienden a la voz de su amo sin rechistar, son la correa de trasmisión -se excusan- pero algunos ponen de su cosecha una pizca de malicia como esos cocineros que le echan picante a todo. Los encargados son seres indefensos, como perrillos que necesitan que les acaricien el lomo en las reuniones trimestrales. Ni siquiera se quejan, "las cosas son así" te dicen, que es lo mismo que contestaban los esclavos negros en los campos de algodón cuando les preguntaba el Kunta-Kinte reivindicativo de turno.
Hay encargados sindicalistas si, pero en cuanto traspasan el umbral de la puerta acristalada de la tienda entran en "modo esbirro" a las órdenes de su bien amada empresa, y activan el antivirus que bloquea los buenos pensamientos. Si alguno escribe con renglones torcidos lo resintonizan en un curso on-line de Repsol, y si se les va de las manos, lo achatarran como expendedor en una estación nebulosa de una carretera perdida. Quedan pocos con un criterio digno de alabanza, y entre los nuevos menos.
Ellos "son empresa", siempre se ha dicho, y ninguno muerde la mano de su amo, por eso las reivindicaciones de los encargados tienen menos futuro que la gasolina barata. No prosperan ni prosperarán nunca por que a la hora de dar un paso el frente se hacen los sordos y solo se adelantan si lo ordena el jefe de zona pidiendo voluntarios. Los encargados son una causa perdida, la representación más clara de un encargado es una cabra bailando en lo alto de una banqueta mientras suena un acordeón.
Pues entre los expendedores empieza a ocurrir lo mismo, muchos hacen fuegos de campamento y cuentan historias de terror, 'que si me deben y no me pagan, que si vaya injusticia...', pero luego, cuando llega el jefe de zona, pliegan el tenderete como si fuera a caer un chaparrón, más rápido que los africanos del top manta cuando llega la policía.
Unos fingen ser felices por que tienen trabajo fijo, otros por que su sueldo es automático y puntual, y la mayoría no se quieren meter en líos, obedecen como los perros adiestrados e incluso se pelean por quién lava más limpio, o le saca más lustre a las baldas. Las objeciones se las dejan a los otros, a los garbanzos negros para que les saquen las castañas del fuego.
Y ahí entra esta segunda clase de empleados, la chusma laboral, a los que mezclan injustamente con los que no dan un palo al agua pero que en realidad lo que buscan es un trabajo digno y bien remunerado, pero la empresa no hace distinciones, para ella lo mismo es el que reclama sus derechos como el que no cumple con sus deberes: legumbres podridas.
Dejando a un lado a los que están de vuelta, los garbanzos negros siempre le encuentran pegas a los proyectos de la empresa, se afanan en buscarle los tres pies al gato, e invariablemente creen que se les exige más esfuerzo sin la justa compensación. Tienen una balanza ética calibrada hacia la izquierda difícil de vencer.
Yo me miro al espejo, saco la lengua y observo el fondo de mis ojos. Tiene que haber alguna característica física o emocional por la que uno se integre siempre con el grupo de los cantamañanas.
Nuestras redes sociales por ejemplo, están llenas de cantamañanas. Es volver del curro y ponerse aquí o en Facebook, bla, bla, bla, y siempre hay alguien despotricando contra la empresa, contra los sindicatos o contra el gobierno como si fuéramos radicales obsesos de cualquier color. No he leído una sola frase en cinco años que ensalce la labor de la empresa, eso, futbolísticamente hablando se llama goleada; ¿Somos garbanzos negros o neuróticos?
Los sindicalistas también formaban antes parte de la resistencia, Eran la caballería del lado oscuro, sin embargo hoy en día se han desdibujado, igual te venden un 'crecepelo milagroso' que una demanda laboral 'con plenas garantías', y es difícil saber cual de ellas es la propuesta sincera que debes de creer. Lo peor es que hay tres aspectos o criterios divergentes entre las partes: Lo que nos ofrece la empresa, lo que aceptan los sindicatos, y lo que opinan los trabajadores. Cada parte crece como las ramas de los árboles, por donde les parece que hay más sol, y no tienen pinta de confluir en ningún sitio.
Como entre los curritos cada vez hay más personal limpio de perjuicios, dóciles catecumenistas laborales que asumen sus quehaceres dócilmente, que piden la paz en Campsared, y que atienden igual a las misas retrasmitidas por la tele que a las charlas preoperativas, el grupo de insurrectos, cabreados e inconformistas es cada vez menor. A la empresa le interesa este desequilibrio, a la larga, la renovación de las plantillas significa descargar de peso económico las estaciones, y también de peso reivindicativo.
Con los traslados, las sanciones, los despidos y las amenazas, la tribu de los garbanzos negros amenaza con extinguirse. Por eso no funcionan las huelgas o los paros en esta empresa, no hay tanto garbanzo negro como para conformar un cocido vistoso de color. Por mucha tinta de sepia que le añadas, los garbancillos tiernos superan y minimizan a los otros, y además, dejan fuera de lugar sus lamentos. Los encargados, por ejemplo, se excusan argumentando que están a sus labores con la pata quebrada en la oficina. Los garbancillos duros solo se juntan para rajar de fútbol, y los demás estamos como el lince de Doñana, temiendo que nos atropellen con una sanción de tres meses si no circulamos por la senda oficial.
El problema es que los sindicatos -antes tan reivindicativos- ya solo asoman para dar la hora como los relojes de cuco, se han contagiado de la misma cepa que los trabajadores beatíficos, han dejado el socialismo marxista, la revolución comunista y se han dormido, se han acomodado con sus paraguas rojos en un rincón, a ver si escampa el temporal y nadie se da cuenta de que ellos estuvieron ausentes. Al fin y al cabo, contagiados del virus patronal, opinan que están muy mal las cosas como para andarse reclamando, es mejor aceptar lo que nos dan, tal vez temiendo perder sus poltronas por un quítame allá esos derechos de mierda.
Con la nueva política de represión que ha iniciado la empresa, los sospechosos de ser garbanzos negros no pueden salirse ni un tanto del guion, por que, abierta la veda, a cualquier jefecillo se le puede escapar un tiro perdido que nos endiñe entre ceja y ceja.
Con el E3 nos explican a todos como se hace un buen cocido. Disney quiere preparar un perolo bien grande con garbanzos limpísimos de primera categoría. Buscan la excelencia, el 100 % en todo para que nos ganemos puntuaciones estrella que nos suban los incentivos. El Plan Cliente, es una receta infalible para encandilar a nuestros invitados, aunque vengan con la insolencia impertinente de un cuñado. Qué a nadie se le ocurra poner en discusión lo que dice un cliente, por que actualmente, se les protege como si fueran seres vivos a punto de extinguirse, y tu palabra contra la suya, es papel quemado.
El año pasado ya iniciaron esta reconversión en super empleados cuando nos entregaron una carta fotocopiada en la que teníamos que responder a diez preguntas sobre nuestro trabajo, si el cocido era de nuestro gusto o querríamos añadir alguna cosa mas, tocino o alguna verdurita, lo que nos demandasen para enriquecer el guiso. Me pareció bien, cuantos mas ingredientes más sustancia y calidad.
Es bueno saber cuales son los problemas de la empresa, aunque para eso ya se realiza la encuesta anónima de clima laboral que siempre sale cojonudamente. Por eso Disney, hizo su propio sondeo, para poder elaborar la receta perfecta.
Por cierto ¿Qué fue de dicha encuesta? ¿Resultamos tan felices como perdices que no ha hecho falta darnos el resultado? Me fastidia que pidan nuestra colaboración, y que luego, si te he visto no me acuerdo, no nos informen de los resultados. ¿Y de la de riesgos psicosociales? Pues esta última no ha salido bien, parece que la están repitiendo, vuelven a citarnos en la Delegación para rellenar otra vez el cuestionario, no vaya a ser que el último, por aquello de que no habíamos cobrado los atrasos, tuviese más tropezones que sustancia. Dicen que faltaban algunos datos, que estaba incompleta, ¡qué no les gusta vaya! que hay que repetirla, que salio como el culo.
¡Pero qué coño! que han subido los dividendos en 2014 y sobra dinero para cambiar la indumentaria, contratar esto de la Disney y traer a Steven Spielberg si hace falta para que ruede el próximo spot de Repsol. Hagamos esa segunda parte de la encuesta sin reparar en gastos, a ver cuantos quejicas quedan lamentándose por tener que limpiar y sonreir todo el día como testigos de Jehová.
A la vista de los nuevos proyectos, lo que cuenta ya no es la suma sino la multiplicación de valores. Solo por eso se entiende que hayan pensado en dividir a las legumbres incómodas para que brote una nueva raza de muchachos y muchachas aplicados que cantan -y bailan si es preciso- alineados en el sentido que nos marca la compañía, hoy el sureste, mañana el norte, y pasado donde les salga de los mismísimos. No hay un criterio fijo. Marean tanto la perdiz que la pobre, debe estar vomitando, y con ella los garbanzos negros, hartos de tanto cambio y tanta campaña jacobina.
Eso si, para lo que queremos somos de Repsol, para otras cosas, somos Campsared, los cenicientos de la compañía, a los que solo quieren para sacar brillo a las baldas y a los suelos.
Con el llamado Plan cliente quieren alistarnos en la yihad de la limpieza, por la conquista de un diferencial del 15 % sobre la competencia. ¡Madera, más madera! Y si no, palo y tentetieso.
En los últimos tiempos, como se tarda igual en escribir un apercibimiento que una sanción de tres meses de empleo y sueldo, han optado por lo segundo para serenar el ambiente, claro, como los latigazos se abolieron en el siglo XIX no ha quedado más remedio. Y si no los traslados, que son otra disciplina convincente. De este modo, las nuevas generaciones pronto aprenderán la lección: fijar, limpiar y dar esplendor, como en la academia de la lengua o el slogan de cualquier detergente, todos los rincones 100 % limpios el ciento por ciento de las veces. Estoy tan emocionado que me hierve la bilis del estómago.
De los que fuimos a Sumando Valores hace un año, seis ya no trabajan en la empresa, y los que quedamos, han conseguido que nos sintamos mál, infravalorados, somos... los de la limpieza. ¡Qué brille, qué brille! que no se note que estamos desganados, desilusionados y aburridos. Qué los clientes vivan una experiencia especial e inolvidable, así como nosotros la estamos viviendo.
Ahora que, los que somos contestatarios, mientras aguante el cuerpo, continuaremos dando caña, vestidos de uniforme, si, pero con nuestra vena garbancera rebelde.
Ojalá pudiéramos aspirar a un futuro sin e3, sin fanatismos productivos, ni avariciosos accionistas, ¿O son los directivos que quieren exprimir el jugo a los garbanzos como si fueran cítricos? La verdad es que nos tienen bien cocidos, muchos medio quemados, la productividad se tiñe de exigencia, y amarga el guiso. Confiemos en el sentido común, que el perol es muy grande y entramos todos los garbanzos, blancos y negros, para que bien condimentados, el resultado operativo sea rico rico y con fundamento social. Hay que esperar que nuestros sindicatos sean más cocinillas y no dejen que la cocina se convierta en una pesadilla.
Mientras, no nos viene mal respirar hondo y tratar de buscar el lado brillante de la vida