La estación de servicio está en una autovía, a estas horas todo es tranquilidad, ya no pasa ni el tato a no ser que estuviera borracho, y ni por esas.
Repaso como si hiciera una inspección cada detalle de la tienda, limpio el polvillo de los extintores, saco brillo a las papeleras, miró al trasluz, para que aquellos taburetes y mesas de aluminio, reflejen la limpieza de la estación. Pongo servilletas, publicidad, las sillas ordenadas.
Las SP tienen algo de polvo, me pongo manos a la obra, cojo la bayeta, limpio y seco las botellas, los frascos, y los ordeno con delicadeza, como Nadal, cuando coloca las botellas de agua, como un ajedrecista, suavemente, como si fuera un ejército formado y alineado en perfecta armonía.
Antes de que llegue mi compañero, me decido a fregar los suelos de la tienda, será ya el colofón para dejarla preparada para un concurso de limpieza. Dudo un momento, en la calle caen unas gotas de fina lluvia que ensuciarían nuevamente los suelos, pero, ¿quien va a pisar, si ya no hay nadie por estas carreteras?
Paso aquella fregona suavemente, sin dejarme ningún rincón, echo un poco de ambientador. Allí, huele a limpio como si se tratara de un quirófano, podría operarse o darse a luz y estaría todo esterilizado y perfecto. Mejor no, no vayan a ensuciarlo despues del trabajo que me ha costado.
Termino, vacío el cubo. 5:35 de la mañana. Aquel local reluce como un palacio de los cuentos de hadas. Y entonces... ¡horror!, un autocar de despedida de solteros. Afortunadamente tengo echado el cierre. Aquel torrente de hormonas bañadas en alcohol, se agolpa en los cristales como un grupo de hooligans después de haber ganado una eliminatoria de Champions. Comienzan los viajecitos, uno, dame un paquete de Chester, otro, dame uno de Marlboro, así un largo etcétera, viajecitos a la máquina de tabaco, cada uno con un billete de 20 €. A tomar por culo el cambio que ya tenía contado. Dame una Cocacola, dame unos Donettes, una bolsa de Lay's, en fin, una mierda. Finalmente, ante la avalancha de gente decido abrir las puertas y que vayan sirviéndose y guardando cola educadamente. Craso error -como diría el romano Marco Licinio, y más recientemente Schwarzenegger en “El último gran héroe”-, aquello fue como abrir la tienda para que entraran los monos del Peñón, hubiése preferido los zombies de Resident Evil, que aquella panda de descerebrados vacilones.
En un momento, la tienda que minutos antes era un prodigio de colocación, la pusieron patas arriba, las patatas descolocadas, todo lleno de huecos, las chocolatinas hechas un barullo, los servicios, no me quise ni imaginar, y por si fuera poco, reventaron una litrona, y calló al suelo, entera, una de las baldas de chicles desparramándose entre aquel bosque de piernas.
¡Joder!, si hubiéramos vendido pistolas desechables, como los teléfonos Bic, hubiera abierto una y me hubiese cargado a cuatro o cinco antes de levantarme la tapa de los sesos, ¡dios mío, qué impotencia!
Encima, yo ya estaba para acabar el turno después de 7 noches seguiditas; más quemao que la moto de un hippi, y acababan de echar por tierra todo mi trabajo de la semana.
Al cabo de una hora se marcharon. Se hizo el silencio más hermoso, aquello quedó como Sarajevo tras los bombardeos bosnios; productos por el suelo, pisos viscosos mezcla de barro, cerveza y gusanitos, la balda de chicles descolgada, y todo removido como si acabara de sufrir un terremoto. El espectáculo era desolador.
En esto, se me ocurrió pensar, ¡Joderrrr!, estos mamones me han robado naranjas. Me acerqué hasta la puerta, y efectivamente, a una caja le faltan tres naranjas, ¡mierda, mierda, mierda!.
Debo decir que tuve suerte, la policía municipal, que apenas pasa por allí, viendo el follón montado, se acercaron y mediaron en el conflicto para, en definitiva, que los del grupo de chorlitos me pagaran la caja de naranjas. Eso es venta activa de SP, y lo demás son tonterías, pensé mientras volvía con el dinero hacia la tienda.
Luego, otra vez frente al desastre, casi se me saltan las lágrimas.
En eso llegó mi compañero de mañana exclamando: "¡Joder, no has hecho nada, te has estado tocando los cojones!"
Le miré, como solo se mirá a las mierdas cuando las pisas, o a los imbéciles, cuando te tiran un cubata por encima o te abollan el coche, y solo dije: "Tu eres gilipollas". Cambié el turno y me fui a casa más caliente que el termo de la leche.
Y encima de regreso pinché. Me detuvieron los municipales cuando intentaba tirarme al rió con la rueda de repuesto atada al cuello.
Basado en una publicación de Nacho Martin para Facebook (Trabajadores de Campsared - España) el 8 de abril de 2.012 a las 10:12
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