Ha aparecido recientemente un informe sobre la realidad social española en el que, entre otras cosas, se preguntaba a la gente la confianza que le inspiraban determinadas instituciones o grupos sociales. Puntuando de 0 a 10, suspendían el gobierno del Estado (4,9), la Iglesia Católica (4,2), los bancos (3,8), los sindicatos (3,6), los partidos políticos (3,5) y las multinacionales (3,4). Demoledor: con la que está cayendo, los sindicatos inspiran menos confianza que los bancos, y solo superaran, por muy escaso margen, a las multinacionales y los partidos políticos. Es más, entre las diez instituciones que inspiran más confianza están la policía (3ª), el Rey (5º), Guardia Civil (6ª) y Ejército (8º).
Ciertamente todas estas encuestas de población son muy discutibles, pero ofrecen pistas para entender lo que está ocurriendo en una sociedad. En este caso, estamos hablando de un informe coordinado por un prestigioso sociólogo, José Juan Toharia, y financiado por el Departamento de Estudios de Opinión Pública de la Fundación Ortega-Marañón, con la colaboración de Metroscopia, de la que Toharia es presidente, y gracias al patrocinio de Telefónica. Legítimo es tener algunas sospechas dado quienes auspician el trabajo, pero tampoco conviene echar en saco roto lo que dicen, sobre todo porque uno tiene sobrada experiencia en su centro de trabajo de ese rechazo de los trabajadores por los sindicatos.
Hace tiempo que ya he escrito que en estos momentos los Sindicatos, y de forma notoria los grandes sindicatos, no son una respuesta a los problemas que tenemos, sino más bien una parte de esos problemas que nos agobian. En un juicio más favorable, podríamos considerar que, dadas las dificultades realmente existentes no son más que víctimas de su propia impotencia y que, desde este enfoque, todos los sindicatos sin exclusión son objeto de la desconfianza colectiva.
Digo esto porque se suelen utilizar algunas categorías para establecer distinciones entre los sindicatos. La más clásica es la que establece una diferencia entre los sindicatos de clase y todos los demás. Los primeros son los que se sitúan en la izquierda del espectro político y mantienen una visión crítica de las relaciones sociales de producción actuales, con el objetivo a medio y largo plazo de sustituirlas por unas relaciones radicalmente distintas, inspiradas más o menos directamente en la tradición socialista. No deja de ser una distinción confusa, pero no debemos nunca abandonarla. Otra distinción bastante precisa es la que se hace entre sindicatos mayoritarios y minoritarios. Los primeros son los que obtienen un mínimo de votos en las elecciones sindicales, lo que les autoriza a sentarse en las mesas de negociaciones. Esta, además, es una distinción de gran importancia en la vida práctica sindical.
Pues bien, en el párrafo anterior se encuentran ya algunas claves que nos permiten entender la pérdida de prestigio de los sindicatos. Me voy a centrar en los sindicatos de clase, aunque los otros han aportado su grano de arena en el descrédito, sobre todo por la presencia mediática de aquellos que agrupan a cuadros superiores, como fue el caso de los controladores o el de los pilotos de aviación. No se puede decir que hayan dignificado el concepto de la actividad sindical ante la población.
No está nada claro que los dos grandes sindicatos de clase, CCOO y UGT lo sean en un sentido genuino de la palabra. Desde hace ya tiempo han olvidado las exigencias de transformación radical de la sociedad y se han pasado más bien al papel de sindicatos de servicios. Esto es, son máquinas burocráticas cuya función es prestar determinados servicios a sus afiliados (básicamente abogados y otras prestaciones menores) y sentarse en la mesa de negociaciones con la patronal y el gobierno para gestionar la resolución de los conflictos. Poco, muy poco, queda en su discurso de la confrontación, de la incompatibilidad entre los objetivos de la patronal y el gobierno por un lado y de los de los trabajadores por el otro. La negociación deja de ser para ellos una pausa en la lucha sindical que permite consolidar pequeños avances para lanzarse de inmediato a la conquista de nuevos objetivos, y pasa a ser en sí misma el objetivo de su actuación. Ese enfoque provoca que, llegado el momento de la negociación, participen en ella en condiciones de extrema debilidad, lo que les lleva a aceptar y firmar acuerdos inaceptables.
El error fundamental procede de haber aceptado un marco de acción sindical que conducía no necesariamente, pero sí con bastante probabilidad, a lo que ahora tenemos. Una vez que se admite el modelo de elecciones sindicales y la delegación del poder de los trabajadores en los representantes, estamos poniendo las bases en la desmovilización de los trabajadores, y condenando a la impotencia a sus representantes. Estos terminan convirtiéndose en un colectivo cuyos intereses objetivos como grupo se pone por delante de los intereses de las personas a las que representan. El hecho de que, por ley, dependan económicamente del Estado no hace más que acentuar esa subordinación a instancias ajenas a quienes son sus representados. Como dice el viejo refrán español, «nadie muerde la mano que le da de comer». Y quizá nada ejemplifica mejor esa pérdida de rumbo que la implicación de los sindicatos en los EREs, de los que obtienen notables beneficios gestionando la destrucción de puestos de trabajo.
Cierto es que los sindicatos de clase minoritarios, entre los que se encuentran los tres que constituyen la familia anarcosindicalista (C.N.T, C.G.T. y Solidaridad Obrera) no han entrado en esa dinámica (en el caso de la C.G.T., algunas críticas lo ponen en duda), pero también es cierto que no logran romper con esa condición de minoritarios, lo que implica cierta impotencia: la convocatoria de una huelga general, por ejemplo, queda totalmente fuera de su alcance. Y al final, dado que son sindicatos, terminan pagando el pato del desprestigio alimentado por los mayoritarios.
No sería justo, sin embargo, cargar todas las culpas sobre los propios sindicatos. En esta sociedad hay grupos enfrentados con intereses en muchos casos contradictorios. Y los grupos del bloque dominante (patronal, gobierno y medios de comunicación afines a estos, que son casi todos los de gran audiencia) se encargan con empeño y acierto de desprestigiar a los sindicatos y de poner todas las trabas posibles a los tímidos intentos de plantear movilizaciones que vayan más allá de pacíficas manifestaciones o concentraciones. A más más, los propios trabajadores se han tragado el señuelo de una sociedad que les proporciona felicidad a través del empleo precario y el consumo degradado. Pillados en la trampa, no reaccionan como debieran, no se sindican, no exigen mayor dureza a los sindicatos y aceptan por el momento con resignación la imparable degradación de sus condiciones de trabajo.
La situación actual es bastante dura y puede inducir a la desesperanza, y al desistimiento en la lucha emancipadora. Hay, no obstante, espacio para la resistencia y la lucha solidaria.
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Un articulo de: El Dedo en el Ojo de F. García Moriyón
PD. del administrador: Viene a cuento este artículo, por que detecto una falta de interés de los trabajadores por sus propios problemas y un descreimiento generalizado en los representantes sindicales. Ya nadie piensa que sean capaces de cambiar las cosas, tan solo de arreglar detalles, han perdido su halo romántico y revolucionario, se comportan como funcionarios que resuelven pequeños asuntos, y que no despiertan demasiada expectación. Llegan a las estaciones y apenas podemos consultarles cuestiones domésticas a mata caballo, los trabajadores ya no demuestran interés, y los sindicalistas no avivan sentimientos de lucha, ni siquiera de resistencia, solo de resignación.
No vemos brillo de esperanza en sus ojos, ni entusiasmo en su voz. Ante los grandes problemas se encogen de hombros y te dan a entender que este mundo es un valle de lágrimas, y que, aunque reclamarán el dinero que te deben, no podrán devolverte la dignidad ni la alegría.
La caverna mediática y la propia actitud de los sindicatos de clase muy contemplativos en los últimos años hacen que cuando le hablas a la gente de lucha sindical, pongan una sonrisa irónica o se pongan directamente a despotricar. Es una lástima.
En Campsared no hay compromiso ni de los trabajadores por los sindicatos, ni de los sindicatos con los trabajadores, son como esas parejas gastadas por el tiempo que han perdido el feeling y ya no tienen nada en común.
Da lo mismo el sindicato que sea, el descreimiento es la actitud general.
Hace falta volver a confiar en los sindicatos pero para eso, ellos deben "ponerse guapos" y cambiar el discurso, terminar con el derrotismo y devolvernos la ilusión. No quiero delegados sindicales arrastrando los pies y explicando dubitativos que hay muchos problemas, los quiero agitando banderas con un incendiado discurso, ofreciendo compromiso a cambio de apoyo, prometiendo plantar batalla no solo ante los otros sindicatos que no es lo que queremos, sino ante los representantes de la empresa.
El día que consigamos unos líderes sindicales decididos y enérgicos, volveremos a creer en nosotros mismos y en nuestra capacidad de lucha, sentiremos que por delante nuestro marcha un paladín y no un administrador de deuda. Necesitamos volver a creer para que cuando veamos a un sindicalista por nuestra estación no sintamos desinterés y ganas de que se marche para ponerle verde. Los sindicatos deben replantearse su trabajo.
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Hola mi contrato termina el 31. Como va esto para recojer papeles para echar el paro y cobrar. Soy novato.
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EliminarEl dia 2 de enero puedes apuntarte al paro sin problemas, aunque no tengas ningún papel.
El dinero de tu liquidación te la ingresarán el 20 de enero.
Los papeles de la liquidación te los daran la semana que viene, o en todo caso antes del día 20.