En plena guerra Ukrania-Rusia, han aprovechado para subir los productos de la tienda y ofrecer el carburante a un precio sin igual. Cada día los esforzados expendedores-vendedores-captadores y yo que sé cuantos oficios más, se afanan en explicar al cliente como introducir sus tarjetas, como aprovechar los descuentos, como ser más felices en la vida ahorrando como buenos administradores que son, y el cliente sale tan encantado, no se ha enterado de la misa la media, pero sale contento por que el expendedor de turno tras veinte minutos de enredar en su móvil le ha instalado la aplicación y aplicado las promociones. El negocio es redondo, por cuatro míseros euros por plantilla consiguen un cliente enganchado por el Waylet y la Travel, un contacto de luz y gas y unos datos personales muy valiosos para seguir ofreciéndole productos de por vida. ¡Bien por ellos! Pero al expendedor de turno, le ha supuesto un estrés añadido (en el caso de que esté sólo), o un tiempo de dedicación absoluto para una tarea poco recompensada y que no exime por supuesto de tener que ofrecer (hasta conseguir vender) los malditos tornaditos, el vino que tiene Asunción, las mini flautas, los bocatas y toda la retahila de productos que durante años han ido inventando para conseguir que seamos muy, muy productivos y eficientes.
En fin, mi enhorabuena al lince que ha tenido la idea, pues parece que ha pillado a contrapie a la competencia, que ha tardado más de quince días en reaccionar, aplicando también diez céntimos y doce, y hasta a ver quien da más; y me pregunto: ¿Esta bajada significa que las petroleras se estaban forrando a costa del consumidor? No creo que estén vendiendo a pérdidas, luego sí había donde rascar, ¡que pìllos! Con razón dicen que cuando sube el petroleo los precios de los carburantes suben como un cohete, pero que cuando baja los carburantes bajan como una pluma, ¡se las saben todas!