Feliz año compañeros (y compañeras), terminamos el año 2022 apretados y con las estaciones llenas de gente ansiosa para aprovechar el descuento de los 20 céntimos del estado que tanto trabajo y disgustos nos ha traído. Pero después de ese agobio ha llegado el sosiego, para nosotros ha sido un descanso, un alivio frente a ese embrollo que era el código QR.
Al fin, empezamos bien un año. Tras unos días de paz, todavía llegan algunos despistados que nos preguntan por el dichoso descuento, gente que vive en el limbo y que tampoco se hubieran enterado si hubiera sido el fin del mundo; seres felices.
Pero pasadas las navidades, vuelve la rueda del molino, vuelven los jefes y los encargados a apretarnos con eso de las ventas. Otra vez el agobio nuestro de cada día: vende mantas, vende esa mierda de mochilas (que yo no querría ni regaladas), vende cuchillos, haz captaciones Waylet, vive un sin vivir, porque «tanto vendes, tanto vales», y todo lo demás es accesorio, secundario, no tiene importancia. Hemos llegado a un punto en el que su obsesión se está convirtiendo en tortura. No sé donde vamos a llegar. Yo ya he empezado a tomar ansiolíticos, me están creando sentimiento de culpabilidad, no sirvo si no he vendido una puta manta, soy un inútil, un lastre. «Estais hundiendo a la empresa», me dijo una vez un jefe de zona, ¡Maldita sea, qué malos somos!, algunos jefecillos van a cobrar menos incentivos por nuestra culpa, que lástima, somos unos ingratos, que encima queremos cobrar más.
¡¡Vende unas cuantas mantas, joder, y hazte unos Waylets!!