Dicen que no hubo gente suficiente, dicen -con menosprecio- que los de STR se acompañaron de otros trabajadores reclutados de aquí y de allá (como si hubieran recogido adeptos en una cola de parados a cambio de un bocadillo de salami) para apoyar la causa.
El caso es que, como los encargados, los expendedores y los sindicalistas que acudieron no iban clasificados por colores ni tenían rasgos físicos que los diferenciaran (amén del anhelo nervioso de estos últimos, por que aquello saliera bien), se montó una protesta muy correcta y bien avenida, con sus banderas y pancartas, con sus pitos y sus consignas convenientemente dosificadas para calentar el ambiente, y que no decayese bajo los rigores del frío madrileño.
¿Había gente?: Si, había gente. ¿Hubo ruido?: Si, hubo suficiente jaleo para que nos prestaran atención, asomados desde aquellas oficinas acristaladas un buen puñado de curiosos, que posiblemente reían ante nuestro ridículo propósito de reclamar derechos y unos dineros, que hace tiempo que crecen y se multiplican, fuera de nuestras cuentas personales.
La protesta se basaba en tres puntos principales: El cese o en su caso, control sobre los subarriendos, la recolocación del personal que pueda verse inmerso en estos dramas, el cobro de los atrasos que se nos adeudan desde que se paralizó el convenio allá por el año 2010, y por ende la resolución de un convenio ya sea del grupo o sectorial, que nos muestre cuales son las reglas del juego en el que nos movemos y moveremos en los próximos años.
Hace tiempo que empezamos a ver las orejas al lobo, y a sufrir por la situación Primero fueron el control de los gastos, el ajuste de las plantillas, luego vino el desenfrenado plan de venta activa, el desmadre de las loterías, y ahora el Hunting, el Bench y luego llegará el Tamagochi, que querrá que vendamos muchos lotes de navidad con todo el cariño del mundo.
En la manifestación del otro día, hubo gente de todo tipo, pero infiltrado en los corrillos como una vecina cotilla, descubrí más expendedores de los que parecía, y menos encargados de los que esperaba.
Los encargados (salvo excepciones) son de ese género de personas que se convierten al islam o participan en bailes regionales, o se atiborran de ancas de rana ya sea por gustar a sus jefes o por no desairar la empresa, que les reclama sacrificios que les alejen de los expendedores sin rango.
Cuando alguien accede al puesto de encargado, al poco tiempo se ve afectado por el síndrome de Golum, se encorva y tuerce el gesto, y empieza a mirar por la estación como si fuera una herencia familiar por la que está obligado a hacer maldades, y a saltarse si puede los derechos de los expendedores con tal de mantener el patrimonio de sus antepasados.
Sé que los encargados últimamente están más que jodidos, y hay que decirlo así, con toda la crudeza, se duelen como si les pisaran los dedos de los pies con las botas de trabajo, y por eso me sorprendió que no estuvieran apiñados allí, reclamando caridad con el prójimo (osea con ellos). Aún a pesar de todo, esta concentración me pareció una buena idea para sacar de la pasividad a los otros sindicatos.
La protesta -aunque fuera de unos pocos como dicen- fue una liberación de adrenalina sobre quejas que todo el mundo rumia en petit comité. El comentario general era de agradecimiento hacia aquellos que habían sabido darle voz a lo que todos comentamos en nuestras estaciones y hasta en casa: que estamos hasta el gorro de padecer presión e inquietud en nuestro puesto de trabajo, que Repsol brilla en el olimpo de la bolsa, mientras que los trabajadores de Campsared hacemos malabares con nuestros mil y pocos euros, congelados desde hace 24 meses.
Sé que la situación no gusta a CCOO y UGT, y harían bien en atarse los machos y tomar nota, o mejor, prestar oídos a las demandas de la gente, por que tantos o pocos como los que había allí, solo hacían que alabar la valentía del nuevo sindicato, y lamentar que aquellos con los que estaban afiliados, no hubieran dado en mucho tiempo un paso al frente tan atrevido como éste.
Lamento, por la gente que se lo curra en CCOO y por los jóvenes e ilusionados de UGT, pero algo me dice que, al menos en Madrid, cuando llegue el momento de medir fuerzas, los sindicatos tradicionales van a ver seriamente comprometida su superioridad, pues no hay como crear ilusión para que todo el mundo se contagie.
En cualquier orden natural se producen altibajos, momentos de mayor y menor popularidad, y si se compite con otros, de alternancia, como ocurre en política. El poder produce desgaste, quema a los que lo observan y a los que lo poseen, y en esta comunidad de EESS hace tiempo que huele a chamusquina.
Sindicatos de siempre, que han luchado y firmado páginas con nuestros derechos, proporcionándonos mejoras que de otro modo que con lucha y una buena negociación, nunca se hubieran conseguido, llevan unos años -a ojo de los trabajadores- pasando por el aro, reivindicando con tibieza, permitiendo que en la frontera conquistada a golpe de convenio, se vayan edificando "chalecitos" (al más puro estilo israelí), unos tras otros que nos comen el terreno y acumulan tareas que en muchos casos resultan estresantes.
La acción emprendida por STR (más allá de que sirva para algo) deja en evidencia a los otros sindicatos por su inmovilidad ante una clara intención por parte de la empresa, de demorar cualquier acuerdo en espera del cumplimiento de los plazos legales.
Al principio de aparecer STR en Campsared, como toda nueva propuesta, despertaba cierta desconfianza (el sindicato de los encargados, se decía, y otras lindezas semejantes), hoy en día, ayudados de una campaña activa, muy populista dicho sea de paso, han sabido abrirse un hueco en el estrecho panorama sindical.
La pelota está en juego. La primera jugada y el disparo al larguero que ha levantado a la gente del asiento, los ha hecho STR, y con ello, se han ganado la admiración del respetable, y amenazan con ganar el partido a los mayoritarios. O estos le echan huevos de una vez, o en la próxima temporada les van a traspasar como a muchos de nosotros.