Abandonas tu lecho calentito, te cepillas los dientes y te aseas, con un ojo cerrado y otro abierto, ¿No me abré levantado una hora antes?, ¡Vaya sueño!
Llega el momento de ponerte la ropa, te sacas el pijama que aún guarda restos de calor, y te enfundas el saco de patatas azul.
Ahora si, abres los ojos completamente por que ya casi no te reconoces cuando te ves en el espejo, y quieres cerciorarte de que eres tu en verdad. Te observas con tu uniforme puesto, que aunque a nadie le sienta bien, a ti te acerca al esperpento, ¡Cómo pasan los años!, ¡Cómo se viene la muerte tan callando!. Si hubieses estudiado como tu primo Antonio, tendrías un puesto destacado, y aún estarías en cama otro ratito, por que las calles las ponen los currantes, antes de que despunte el sol, esto es así.
Cuando ya has visto que no tiene remedio, que has alcanzado las más sublimes cotas de pobreza, que pasas de cuarenta, y no neguemos la mayor, que tus mejores tiempos han pasado, tuerces el gesto con la resignación de lo que ya es inevitable, y caminas hacia la puerta, despacito, en silencio para no despertar a nadie, pensando que al menos tienes un trabajo donde agarrarte.
En la calle se desperezan tus sentidos mejor que en ningún sitio. Mientras caminas hacia el coche, tu rostro va perdiendo los últimos vestigios de calor y recuerdo que guardabas de la cama. Aceleras el paso , no por que tengas prisa por vender leches en vinagre, o aceitunas o quesos de la Mancha, corres por que la helada se sube a tu nariz, arreando como un jinete olímpico, mientras que las mejillas sufren impávidas los rigores del frío invernal.
Cuando llegas al coche y ves el parabrisas recubierto de escarcha, comprendes en una asociación de ideas ligera, que has llegado hasta el punto de convertirte en un vampiro. Sales de noche, tu piel tiene un aspecto y un tacto cadavéricos, has perdido la sensibilidad, el olfato, tienes ojeras y una palidez mortuoria. Estás frío como la misma muerte, no te reflejas ni en el cristal del parabrisas, y además , te dedicas a sacarles la sangre a las personas desde tu sibilino puesto de vendedor de gangas con denominación de origen.
Pones tus pobres manos arrecidas en marcha raspando ese cristal con cualquier cosa, con las uñas, buscándo las cosquillas al coche, con un CD, como si andarás restregándole tu música por las narices, o bien con el famoso rascador que casi nunca encuentras, y sin embargo manejas con destreza, como un ejercitado peluquero, peinando a raya con virtuosismo los cabellos vidriados del vehículo.
Por fin entras en un compartimento recogido, resoplas, te echas el aire sobre la nariz que es un carámbano plantado entre tus ojos. Has encendido ya el motor, y mientras se calienta, despide un vapor blanco escandaloso que convierte tu barrio en un distrito londinense. Apenas sientes el tacto de tus manos, y buscas ávido que cada ruedecilla de la calefacción funcione y expulse esa corriente cálida y reconfortante que inunde pronto el habitáculo del coche posibilitando la existencia de vida humana en su interior.
Despues de conducir un rato, aún aterido, adormilado, con el piloto automático encendido, te presentas en la gasolinera sin saber como ni por donde has llegado, ha sido un ir-venir por una dimensión desconocida de la que no recuerdas nada. Me parece que se llama 'rutina'.
Allí te está esperando el compañero con los ojos empapados en lágrimas, ¡Ah no, que es sueño solamente!
Cruzáis los buenos días y comentáis los chismorreos de la jornada precedente, vuestra reunión preoperativa personal, lo habitual entre colegas, pero sin mediar una caña de cerveza.
Cuentas el cambio, bostezas, miras tras los cristales como se despereza la mañana. Tienes un calendario a tus espaldas al que de vez en cuando echas un ojo repasando los días que quedan hasta llegar el día de ingreso de la nómina. Bostezas nuevamente. Pones el horno a calentar, y ese calor y aroma a pan reciente reconfortan tu cuerpo y animan las neuronas, te vas aposentando, tu mente empieza a trabajar, entras en fase on line a tu pesar.
Aparecen los primeros clientes, no los curritos condenados como nosotros a lubricar los ejes y rodamientos de la maquinaria nacional, sino esos otros a quienes echan de sus casas a horas intempestivas, cazadores, ludópatas, juerguistas y sexo-filos perdidos, toda la fauna indómita sin casa, sin horario, sin justificación para campar al alba como gallos expulsados del gallinero. Ésos empiezan su trasiego mezclados entre los que trabajan de verdad. ¿Dónde cojones vais a estas horas?, dan ganas de decirles, con lo felices que estaríais en la cama, arrebujados, en caliente, y descansando en vez de estar dando la murga por ahí.
Si álguien les obligase protestarían airados reclamando justicia laboral, pero, como lo hacen a gusto, pues su sarna nos pica a los demás, ¡Venga cafés, venga Red Bull, venga tabaco!, desde el primer momento ya metes la segunda y a rular. Ha comenzado el "día de la marmota".
Empieza la jornada de verdad, cobras tus primeras 'perdices' hasta que llegue el mediodía, que es cuando da comienzo el tiempo de la caza mayor,
- Tenemos unas naranjas estupendas ¿Quiere llevarse una o más cajas? ¿Y un jamón? -
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PD.: Agradezco la colaboración en este artículo de Jorge Manrique y Groucho Marx.
Me recomendaron tu blog y me me gustó mucho me veo reflejado.Muy bueno enhorabuena.
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ADICTOCAMPSARED,solo hice referencia a que como a ti te habia dado por poner frases,yo quise poner un refran dedicado a "EMPRESA" sin animo de ofender a nadie.
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