Después pintó sus labios de rojo carmesí, y decoró sus ojos con sombras y con rímel. Convenientemente perfumada, se dio un repasó frente a la chapa del obrador, observándose por detrás el culo y las piernas, para ver si resultaban sugerentes.
Yo la miraba de reojo. Su perfume dulzón, inundaba la tienda hasta el punto que alguien me preguntó, qué tipo de producto selecto despedía aquel aroma tan exquisito.
Le mostré a mi encargada, como se presentan a las vedettes, con los brazos y palmas extendidos mostrado aquella maravilla de mujer.
Aproveché que estaba encandilado, para venderle unas naranjas, y solamente por dejar su teléfono, por si ella lo curioseaba, se avino a rellenar un impreso de Repsol Mas, cuya tarjeta, en pleno éxtasis, tiró a la papelera tan pronto cruzó la puerta de la calle.
Lo cierto es que mi encargada, siempre vestida de uniforme oscuro, como una funeraria, no dejaba lucir, los atributos que en aquellos momentos la convertían en una diosa. La verdad es que estaba diciendo "cómeme"; daban ganas de hacerle brutalmente el amor, ya fuera frente a la "Zona Disney", o en un rincón más íntimo del obrador.
Despertaba pasiones que era difícil reprimir. Yo por respeto al cargo, me di un remojo en el cogote, y me puse a ordenar el hielo para refrescar las ideas.
Cuando se iba, me lanzó un beso soplado de sus dedos, y me preguntó: "¿Estoy bien?"
Estas fantástica -le dije- te los vas a zampar enteros.
Pensé después, si aquello podía entenderse como una impertinencia, tratándose de una mujer, en fin, apostillé: "A por ellos".
Mi encargada me guiñó el ojo. Después, manejándose con algún desequilibrio, debido a la falta de costumbre de andar con los tacones, caminó hasta su coche, y se marchó, despidiéndose con un toque de claxon.
En su mirada, esforzadamente risueña, se apreciaba un trasfondo de tristeza, una melancolía que le brotaba hasta los ojos en forma de lágrima escondida.
Yo sabía lo que iba a hacer en aquel polígono apartado. Aquel atuendo libertino era una forma de resultar más atractiva, más sugerente, era una fórmula ancestral para conseguir que los tíos prestaran atención inmediata y ella aprovechara para desnudar sus verdaderas intenciones. Me dolía que hubiera de llegar a aquel extremo, pero su cargo la obligaba. En la Delegación habían tenido la ocurrencia de que los encargados, al menos una tarde a la semana, fueran a hacer la calle, "chuleados" por el jefe de zona.
No se trataba de vender su cuerpo, pero, con este asunto, daba la sensación de que, en cierta manera, empezaban a vender su alma con tal de hacer que nuestras ventas aumentaran.
Los encargados, a quienes cargan cada vez con mayores responsabilidades y trabajos, ahora tenían que ir a buscar puerta por puerta, los clientes que por la crisis han dejado de venir. La informática, que prometía devolver tiempo a la salud, amenazada por las cifras, los informes, listados, libros de tanques o el celebérrimo libro azul, no solo había parido rankings irritantes, y mil pasos, sobre mil impresos distintos, ahora les devolvía la libertad condicionada a conseguir clientes de Solred.
Me imagino a algún pobre encargado llamando a los telefonillos: "¿Oiga? -¿Quién es? -El gasolinero ambulante, la persona que usted estaba esperando, traigo la alegría a su hogar. ¿Me puede abrir?
Otros irán a los aparcamientos de los centros comerciales, a los semáforos compartiendo el espacio con los vendedores de kleenex, a las esquinas de algún polígono industrial, donde captar algún guapo empresario con flota propia, o a la zona de atascos de todas las ciudades, a mostrar su perfil más simpático, o el del empresario feroz y desalmado que algunos llevan dentro.
Y digo yo, por qué en vez de robar el tiempo del que carecen nuestros sufridos encargados, no le encomendamos esta tarea a unos especialistas en el tema, esas personas de tan dudosa ocupación y noble rango, que son los "impulsores de ventas", ese subgénero de chivatos que en su día demostraron ser los mejores en la agotadora misión de vender cosas. Ahora es el momento de su reválida, de demostrar los méritos que les permitieron acceder a su puesto por algo más que el dedo preeminente de un jefe.
Qué mejor que unos consumados especialistas para recorrer los rincones de nuestra geografía. Armados de esa elocuencia prodigiosa, ese gracejo natural y desparpajo, y ese descaro singular que los hace superiores al resto, dotados del don divino de la labia para tirar del carro de la empresa en estos momentos tan difíciles.
Qué mejor que ellos, con coche de la empresa, con ocurrencias ingeniosas, con desvergüenza en las palabras, decisión, optimismo y visión periférica para captar las necesidades de la gente.
Qué mejor que los "impulsores de venta activa" para que este proyecto, que tendría que tener un nombre de futbolista japonés (En vez del ramplón "+litros"), salga adelante con las mayores garantías.
Yo propongo que nuestros encargados hagan un escrito destinado a sus jefes, recomendando sean los impulsores de ventas la verdadera catapulta de este proyecto, los escogidos para cumplir este trabajo, destinado, evidentemente a los mejores especialistas, que a estas alturas (y por la cuenta que nos tiene; es broma) no cabe duda que son ellos: las estrellas que todos debemos señalar. Es el momento de que demuestren sus galones, con unas "ventas activas" que nos maravillen a todos.
Que nuestros Impulsores de Ventas muestren y demuestren lo que es vender (Campsared Blog) |