La tienda era espectacular, como una discoteca de la costa. Varias torretas con productos, muchos juegos de luces, había pantallas grandes con imágenes, espejos, música, y varios rayos laser que dibujaban figuras de refrescos en 3D sobre una plataforma giratoria. Y las neveras y las baldas estaban adornadas con luces led y múltiples pantallas alargadas de video donde anunciaban promociones, tantas que no sabía si estaba en una tienda de chocolatinas o de discos blue ray.
La gente ya no pagaba con tarjeta, ponía la palma de la mano sobre una placa oscura de cristal, y ésta aceptaba el crédito según tu huella dactilar, "Sr. Antúnez, crédito ilimitado". Miedo me dió que me pidieran el saldo de mi mano. "Joaquín Rodríguez, saldo total 7,50 €", ¡Vaya tela!.
Me sorprendió que los expendedores fueran viejos, pero más viejos que la tana, como mi abuela, tenían más de setenta. Andaban con dificultad, la expendedora tenía gafas de culo de botella, era bajita y un poco jorobada la pobre, se equivocaba sin parar por que su vista no daba para mucho a estas alturas. Erró varios prepagos, y cuando eso ocurría, castañeteaba los dientes irritada debido al uso de una prótesis dos tallas superior, que le agrandaba la sonrisa y la boca, y eso la afeaba aún más.
Su compañero era otro caso, barrigudo, calvete, con la ropa ceñida mostrando parte del ombligo, y estirando hasta el límite la publicidad que lucian en sus polos, etiquetados de anuncios comerciales desde el cogote a la cintura. Leche Pascual, Banco de Santander y Telefónica eran algunas de las marcas que pude distinguir.
Eran dos viejos entrañables. En la zona de caja tenían las fotos de sus nietos, y varios botes de pastillas y cápsulas con que calmar sus muchos males. La expendedora, de cuando en cuando, incómoda seguramente por el tamaño de aquella prótesis descomunal, se quitaba la dentadura y la guardaba dentro de un vaso de cristal que ocultaba junto a la bollería.
Me pregunté por que no estaban dando de comer a las palomas en un parque, pero...¡Caramba!, toda la gente que había a mi alrededor eran ancianos, estaba en 'Jubilandia'.
- ¿Esto que es?, ¿Benidorm? - Le pregunté a otra abuela que iba vestida con uniforme de expendedora-vendedora, y que me pellizcó un carrillo diciéndome con su sonrisa desdentada:
- Que chico más simpático, ¿Quieres un caramelo? -
¿Que ocurría allí?, - ¿Es la gasolinera del INSERSO? - Le pregunté inocentemente al viejo
- Mi joven amigo -, respondió el carcamal , "Hace diez años volvieron a ampliar la edad de jubilación hasta los setenta y cinco años" -
- ¡No me jodas! - Grité desde lo mas profundo de mi alma, y entonces todo el mundo volvió la vista, - la poca que tenían -, y toda aquella peña de abueletes, canosos, casposillos y con artritis se me quedó mirando, unos alerta por si robaba sus carteras, y otros serenamente, con esa santidad que sólo otorga la vejez.
¿Que habíamos hecho?, Estaba en el planeta de los rancios, todos estaban en las últimas, cojeaban, tenían temblores en las manos, tos carrasposa y problemas de memoria. Iban andando despacito de un lado al otro de la pista, y por la tienda, con esos pasos cortos, inseguros y delicados con que caminan los abueletes ayudados de su bastón.
¡La virgen!, Cuando me di la vuelta aparecieron varios expendedores más, era el relevo, más ancianitos adorables. Una expendedora fondona, con permanente y rizos blancos, como con una nube de algodón cubriendo su cabeza, con las gafas colgadas en el cuello de un cordón, y otro que andaba en taca-taca, tan ufano, tan sonriente, dando zancadas decididas en su artilugio de metal "¡Ya sólo falta un año para que me jubile!" - decía contento - Esto hay que celebrarlo con un 'chupito' de jarabe para la tos -
Estaba alucinando. Me salí del camino de baldosas amarillas. Un 'segurata' de unos 80 años me llamó la atención - "En mis tiempos no se colaba nadie, ¡Bribón!" -
Era una pesadilla, me tembló todo el cuerpo, y no encontraba a mi taxista del espacio, tropecé, la gente me miraba como quien ha descubierto un bicho raro, un espécimen sin catalogar. Mi indecisión formó cierto revuelo. El segurata siguió con su retahíla - "En mis tiempos la gente respetaba la fila..." -
Un puñado de viejos se puso a criticarme: - "¡Menuda juventud!, ¡Golfo!, ¡Hermafrodita!" -
Al oído de las voces, y ajustándose el sonotone en una oreja, salió de la oficina el encargado, un tipo chiquitajo, de unos 70 años, con los pantalones cagados, como si tras la ropa, llevara unos dodotis. Andaba como todos, manejando su artrosis con fastidio, cojeando, y se apoyaba en un bastón delgado, azul oscuro, de aluminio. Un dibujo que mostraba en un lateral, me descubrió que era un bastón corporativo, decía: "Repsol, por la integración de los abuelos"
Aquel sujeto calvo, que como dije andaba a pasos cortos, se detuvo ante mi, miré sus ojos, y tras aquellas lentes gruesas descubrí una mirada conocida, ¡¡LA MÍA!!.
Ambos quedamos aterrados, ¡Estaba ante mi mismo en el futuro!. Entre nosotros no medió palabra, solo un pánico horrible dentro del calzoncillo, y al menos él llevaba dodotis. ¡Era yo mismo, había ascendido, cumplido los setenta, pero aún estaba trabajando, intentando alcanzar el mínimo exigible para conseguir la pensión!
Entre el tumulto y la sorpresa le oí decir: "No siento las piernas" antes de caer fulminado ante mis ojos.
El expendedor del taca-taca fue el primero en llegar - Hay que llamar a una ambulancia, es un infarto -
Con sus 69 años, aquella expendedora del pelo de algodón trató de hacer una llamada sin acertar los números en varias ocasiones, por que además era miope perdida, y tenía lapsus de memoria - "¿Donde decíais que tenía que llamar?"
Afortunadamente, vino enseguida una ambulancia. Los enfermeros, dos ancianos de unos 67 y 70 años, se apresuraron, - algo que lógicamente es un decir - a trasladar el cuerpo de mi 'yo' hasta el vehículo.
Uno de ellos tenía un soplo en el corazón, y otro ciática, así que se tomaron algún tiempo en el traslado. Apenas tenían fuerza para llevar esa camilla que contenía mi 'cuerpo' cada vez más ausente.
Con las prisas y nervios, el conductor que estaba en prácticas a sus 70 años, equivocó las lentes de lejos y de cerca, y al arrancar chocó con un repartidor de pizzas que tendría por lo menos 65 años.
El caos produjo que otro coche conducido por otro octogenario, se estrellara contra uno de aquellos surtidores transparentes tan bonitos que saltó en mil pedazos entre explosiones, llamas y gritos de terror. El escenario se convirtió de pronto en la 'jungla de cristal'.
- La he 'liao' parda - Le dije al hombrecillo.
- Volvamos al pasado - Me advirtió - Cualquier intervención podría causar una terrible paradoja -
- ¿Eso que es?, ¡Como cuando nos falla la Solred los días de más jaleo? -
El 'segurata' salió a ordenar el tráfico. - "En mis tiempos no había tanto gamberro" - Repetía.
La discusión se interrumpió cuando se presentaron ruidosos y apresurados los bomberos. Era un grupo de fortachones aguerridos también de edad provecta. Descendieron de su vehículo, no sin dificultades, por que los años no perdonan, y entre los seis tendrían quinientos años por lo menos, y eso le deja la espalda deslomada a cualquiera.
Rescataron a los heridos pero enseguida se marcharon pues uno de ellos del esfuerzo, se les cagó en los pantalones y tuvo un golpe de ansiedad después.
Mientras tanto, el cuerpo de mi 'yo' seguía en el suelo, triste, sin color, sin aliento, sin jubilación...
La expendedora de dientes de caballo había acotado el sitio con dos conos y el cartel amarillo de suelo deslizante. La que estaba sin dientes me puso encima un cartel de 'Fuera de servicio' y me miraron.
- Si nos hubiesen enviado ya al cursillo de primeros auxilios - Comentaban.
El 'segurata' seguía ordenando el tráfico: "En mis tiempos los bomberos eran unos machotes"
Entre los conductores que estaban repostando, había un médico de un hospital cercano de unos 77 años, que ayudado por su enfermera de 72, se hicieron cargo de la situación.
- ¡No pasa nada, tranquilos, todo está controlado! -
El galeno se puso manos a la obra. Comenzó a ejecutar con ritmo y diligencia un masaje cardíaco al monigote de mi mismo. Todo iba bien hasta que se descoyuntó el hueso del brazo del esfuerzo.
La enfermera se puso a hacerme un boca a boca,
-Quedarse quietos, quedarse quietos - Repetía.
Tras tres o cuatro intervenciones y alguna manipulación extraña, levantó la cabeza, nos miró a todos compungida y explicó: "Se me salió la dentadura y está encajada en su garganta, no la puedo sacar".
Un taxista de unos 95 años, introduciendo sus dedos en la boca, trató sin éxito de rescatar aquella dentadura encasquetada, pero no hubo manera. En diez minutos, mi historia estaba terminada.
- ¡Con lo joven que era! - Comentaban.
- Aún le quedaban cinco años para la jubilación -
- No somos nadie -
Quedé pasmado, casi tan muerto como mi propio yo futuro, ¡Que desazón!, ¡Qué malestar de tripas!, no es como ver morir a un hamster o al pez de tu pecera, era mi propio yo, mi vida, algo frustrante, como viajar a tu niñez y que tu madre te castigue sin salir, viajar hasta tan lejos para nada, para asistir a tu temprana (es un decir) despedida de este mundo. Eso si que es ir a mear y no echar gota, el colmo de los colmos como el ahorrar toda tu vida para viajar hasta Cancún, y que una vez allí te mate una tormenta tropical de fuerza 4, ¡Habrase visto!
- Nunca debimos de venir - Me consoló aquel viejecillo - Nos marchamos -
No hubo acojone, ni tristeza, ni dolor, ni vergüenza en aquel regreso, tal vez algo de rabia de no poder intercambiar unas palabras con mi mismo ¡Quién me oiga!. Saber si tuve esposa e hijos, de preguntarle a mi otro yo: ¿Y el Madrid que? ¿Otra vez campeón de Europa?. No se, saber cuando dejó de haber SPO's en las gasolineras, si Harry Potter seguía haciendo películas, o si el hombre llegó a la luna nuevamente...
Mi chofer me miraba. Estaba hablando sólo como si echara en falta a mi otro 'yo'...
En un decir amen, como si un rayo se hubiera detenido, aparecimos nuevamente en el presente, con un frenazo de esos que queman ruedas en las 'pelis', estacionados junto al monolito, impregnados de olor a polvora centrifugada con estrellas de otra galaxia.
- Amigo mío, hemos de separarnos - Me dijo el abuelete.
- ¡'Pa'chasco'! - Contesté - Tengo las calles llenas de domingueros queriendo repostar, y a mi el futuro..., como que no me ha convencido -
Un apretón de manos selló nuestra amistad, y antes de que arrancara su artefacto, no pude resistir hacerle una pregunta: "¿Volveremos a vernos?"
- Tal vez en el futuro - Respondió.
Mientras daba el acelerón, le voceé los números de mi teléfono: - ¡Seis, ocho, tres, veinticuatro, noventa, dieciseis!, Si vuelve llámemé -
Supongo que ya no me escuchó. Salió zumbando de este mundo. El explosivo coche se esfumó en otro acelerón brutal frente a la zona de lavados.
- ¿Ha sido un ovni verdad? -
- ¡Si hombre!, ¡Y me ha 'dejao' un cargamento de naranjas de Marte! -
Parece broma, pero vendí la torre entera de naranjas a todos esos lechuguinos que estaban en la pista esperando: "¿Unas naranjas marcianas?"
- Si, si, pongame dos, ¿Y son de Marte de verdad? -
- Pues ya lo ha visto, me las trae 'mi marciano favorito'
¿FIN?
Aquella tarde, ya en mi casa, recibí este mensaje inesperado por el movil:
"Las SPO's se siguen vendiendo, pero en cápsulas,
Harry Potter ha hecho su peli nª 17: 'Harry Potter y su nieto. contra el mago de Andrómeda'
Y el hombre si, volvió a la luna, vive allí, y hasta tiene gasolineras de Repsol para los vuelos espaciales, estuviste en una de ellas.
Mando foto de unos amigos en su día de libranza".
Trabajadores del futuro (Campsared Blog) |
VOLVERÉ...
*Antes de leer este relato deberías dirigirte a REGRESO AL FUTURO (1ª Parte) y leer el principio de esta historia.