Una vez más no me resigno, finaliza el verano, y siento terminarse el año más allá de lo que marque el calendario, que a mi me importa poco, puesto que el almanaque o sus fatídicas hojas, son solo escamas numeradas de una vida que se marcha, de un tiempo que nunca volverá, y del que allí queda registro. Tal vez se fueron buenas cosas, quizás paisajes rutinarios de una vida fotocopiada jornada tras jornada, pero siempre, cuando se va el verano, algo se muere en el alma, queda detrás un brillo iridiscente, el aroma distinto de las cosas, el exquisito lustre de las pieles que salen a paseo, las miradas depredadoras, las risas en color, la majestad del agua, la agreste y divertida rebelión de las flores, las montañas que se tiñen de verde con explosiones desbordadas de belleza;
todas éstas y muchas cursiladas más, de las que forman un cosquilleo de mariposas en la tripa, forjan recuerdos dulces, y llenan largas tardes de otoño de imágenes alegres. Lo cierto es que a estas alturas,
a nuestra espalda queda más vida y esplendor que lo que nos promete el horizonte.
Todo lo que nos trae la primavera o el verano, tiene un brillo especial, aunque se llene de sudor o de moscas, pero chispea, tiene categoría 3D, promete nuevas experiencias, amores frescos o amores reafirmados, inyecciones de vitaminas al corazón, doble ración de emociones y de alegría. Cuando se inicia la ruta de septiembre, algo se acaba, volvemos la mirada siempre con nostalgia, por que delante se abre una carretera con curvas, señales de peligro, algo empinada, y con paisajes más oscuros, es el camino que nos acerca al último garaje donde tarde o temprano aparcaremos nuestro cuerpo. ¡Vaya alegría que tengo!
Cada septiembre tengo la misma sensación. Se acabó la fiesta, "
vayan saliendo que el espectáculo ya terminó". Lo que queda solo son títulos de crédito, con fortuna, las tomas falsas del verano, pero lo bueno, lo que mola del periodo estival ya se nos quedó atrás. Adios los baños en la piscina o en la playa, adios el bañador, las cremas, el mundo de las chanclas y la gente vestida de safari. Adios las terracitas por la noche, las excursiones de montaña, la merienda a orillas del río. Adios las camisetas de tirantes (para ellas), adios los pantalones piratas (para ellos). Se alargará la ropa, se acortarán los días, los ritmos latinos empezarán a oler a rancio, tocará revolver de nuevo los armarios y hacer límpia (si no se hizo ya en la primavera), en definitiva, hablar de septiembre es hablar del comienzo de año con todas sus consecuencias.
Todo comienza con el
regreso al cole; libros, ropa, zapatos y complementos para una etapa nueva. También el fútbol, las colecciones de la prensa, nuevos programas y teleseries, y como decía un compañero (Vendedor activo),
nuevos proyectos gestados en un frotar de manos alrededor de unas ensoñaciones económicas. La crisis está ahí, estuvo en primavera, disfrutó del verano, y por supuesto, ahora se vestirá de otoño con las mejores galas, con cifras mareantes sobre el aumento de parados, hipotecas ejecutadas, y empresas en suspensión de pagos, o de concurso de acreedores, que suena a premio de la
tele.
La crisis está tan fuerte como siempre, como un roble, viene
morenita y no se quiere perder estos últimos rayos de verano que iremos despidiendo por el retrovisor mientras avanza el coche de la vida caminito de la próxima etapa.
Y al tiempo que el verano se desmorona, a mi me come la depresión post-vacacional (¿O será pre-invernal?), que es como pisar una mierda con las chanclas de la playa el último día; nos acordamos de lo malo y de lo bueno, mientras nos lamentamos de la peste que vamos a aguantar, y de que pronto muy pronto, todo lo bueno quedará atrás, sepultado por el hedor, convertido en recuerdos (Y en fotos para el móvil, claro).
Es lo de siempre, ya lo sé, otra vez la misma canción, pero la vida se repite, y esperemos que lo haga por muchos años.
PD.: Y cada invierno cupón extra de la Once; vuelve como el turrón.
Hasta la vista, pegajosa estación
ResponderEliminarAdiós a la gente embutida en camisetas de 4 perras y bañadores que dejan ver las rajas del culo.
Adiós a esas malditas chanclas con su ruido infernal de parsimonia y vagancia a las 4 de la tarde
Adiós al pesao de las 11 menos 5 que se le había ocurrido repostar justo en ese momento después de toda la puñetera tarde con el pompis pegao al asiento de la "terracita"
Hasta nunca a las moscas, avispas y demás insectos que anidan en la parte superior del surtidor del 98
Como veis, prefiero el otoño y el invierno, salvo la época Navideña, para la que ya comentaré cosillas.
Se nota, se nota.
ResponderEliminar¡Ay! el de las once menos cinco, y encima quiere ir al servicio que está recién fregado, ¡¡¡¡XJGIRTHLGH...!!!!