Todas las estaciones tienen un sitio similar y secreto, una cajita no muy grande, nada bonita,
pero con yacimientos de civilizaciones anteriores, un reducto lleno de recuerdos y restos de otras generaciones de empleados. Ese lugar no es otro que la apreciada caja de las llaves, un universo de objetos entrañables, un tesoro de hallazgos arqueológicos sobre el origen y los inicios de la gasolinera antes de la llegada de los técnicos de merchandising y de los mandos a distancia.
Allí puede encontrarse cualquier cosa, más extraña cuanto mayor es el tamaño de la caja, desde el carné de un hombre de la Mancha, de cuyo nombre no puedo ni acordarme y eso que siempre ha estado allí, hasta piedras lunares, bichos muertos, tizas de colores y una chapa que la Maricastaña guardó cuando era expendedora. Basta una noche de tedio galopante, para adentrarnos en el apasionante mundo del cajón de las llaves. El comienzo de todo. El verdadero 'monolito' de nuestras estaciones.
Esa noche andaba con sueño, y decidí ponerme un rato a hurgar en esa caja, injustamente ensombrecida por el 'cajón de sastre' o caja de costura que tienen los modistos, que debe ser otro batiburrillo de cuidado para que pueda haberle arrebatado la fama a nuestra caja de reliquias.
Dicho y hecho. Comencé a remover esa ensalada de elementos variados, y pude descubrir entre otras cosas, unos clips de colores, boquillas para inflar, tapones de las ruedas, chinchetas, fundas portamonedas inservibles ¿de pesetas?, bolígrafos sin funda, tornillos, grapas, y hasta un chicle caducado desde el... ¡2006!, casi como esos preservativos que se quedan traspapelados en el cajón de la mesilla y cuando los descubres tienen ya diez años por lo menos, y te da lástima tirarlos por que te retrotraen a otros momentos del pasado, a algún recuerdo, a ¿otra persona...? Será mejor tirarlos.
Siguiendo con la limpia me tropiezo con un tapón de coche, otro de Wynns ¡Que tiempos!, una tirita, un lapiz roto, anillas, anillitas, etiquetas, etiquetitas, alguna goma de borrar, dos clemas, una pila inservible, un abrecartas, dos pegatinas de Repsol, un dado de madera y goma arábiga (no se si está extinguida) que dará muestra de la importancia y antiguedad del yacimiento.
Pero lo que siempre se encuentra sin excepción dentro de una buena caja de llaves que se precie, es un juego, o dos, o tres, a veces más, de las que nadie sabe de donde son, que es lo que abren y desde cuando están allí.
Las llaves son como las medicinas, se asocian a otros elementos similares y forman una gran colonia, con el tiempo desordenada, donde algunas son útiles, otras desconocidas, y la mitad no sirven para nada, pero es difícil discernir, y con las llaves aún peor, por que no tienen fecha de caducidad, ni identificación posible con lo cual se entremezclan y confunden, y tienen llavecitas con otras llaves macho o hembra, formando unos llaveros numerosos y multiples, aumentando ilimitadamente el grupo.
Entonces no queda más remedio que plantearse una limpia.
Y en éstas me sitúo, desgranando como un portero de garito, cuales van a pasar y cuales quedarán pendientes, bien en alguna de esas fosas comunes que se disponen para las llaves que todos desconocen pero nos resistimos a tirar, no vaya a ser que sean las del apartamento de la playa, o las de aquella puerta que no se abre jamás, o por que no, las que nos dejó en prenda una clienta de su casa, y que guardamos por si vuelve a pedirlas algún día.
La otra opción será la de pasar el corte. Nada del otro mundo, una cajita nueva de Kit-kat libre de polvo y arenilla, donde entrarán las indultadas esmeradamente reetiquetadas por nosotros con esos plastiquitos de colores que lo mismo nos sirven para identificarlas, que para colgarlas en Navidad de nuestro arbol, como si fueran un adorno original y muy bricomaniaco para tiempos de crisis.
Con los años esas llaves se aparearán y llenarán aquello de otras llaves "ni-ni", sin oficio ni beneficio, que nos obligarán a nuevas cribas.
En la vida, también todos pasamos de una caja a otra, nos ponen etiquetas, nos las quitan, nos cruzamos con otras llaves con las que haremos más o menos juego, compartiremos una o varias cajas, y al final, inservibles nos tirarán a la basura sustituyéndonos por una llave nueva o por un mando.
Nuestros jefes son llaves-mando, se aprietan y saltan órdenes de cierre o venta, nosotros nos giramos en la dirección que nos dicen, luego volvemos a nuestras cajas de cartón donde todos nos manosean, el estado, los bancos, las empresas... Las llaves son metálicas, nosotros no, y nos duele que nos manejen a capricho, pero la vida para todos, llaves y personas, es un vaivén continuo de puertas abiertas y cerradas, en donde trabajar tendría que ser más un derecho que un objetivo. Esa puerta tendría que estar abierta sin problemas, ni corrientes de aire, demostrando la utilidad de nuestras vidas.