Este no es un artículo al uso, es un refrito de comentarios de hace un par de años, una retrospectiva sobre lo que suponía para nosotros, los trabajadores, la introducción de un elemento clave en nuestro trabajo como eran los
incentivos, sobre cuyas fórmulas matemáticas debíamos obtener una compensación económica. Ya entonces me mostraba escéptico, pero confiado a los sindicatos que debían ser nuestros protectores y garantes de una justa aplicación de la
Norma. Acababan de colgarnos la reforma laboral a las espaldas, y lo entendía como un mal inevitable.
Ni entonces ni ahora -creo que solo la primera vez- nos han explicado claramente como funcionaban los incentivos, y muchas veces tuve que exponer sobre un papel ante mis compañeros como se repartían los 1000 puntos que otorgaba la empresa en cada uno de los conceptos. Decía entonces:
"La arquitectura de los incentivos es difícil de entender sobre la marcha en diez minutos y mientras atiendes a clientes, por lo que se convierte más bien en una cuestión de fe."
Nuestros sindicatos siempre han llegado al centro de trabajo, nos han saludado y se han puesto a contarle al encargado como iban las cosas por palacio, que se tramaba y cual eran los planes. Nosotros los expendedores, desde caja intentábamos poner la oreja, y al final, apenas nos daba tiempo para preguntar por ese tema nuestro que hace tiempo teníamos pendiente o para saber cuanto o por qué de cualquier cosa.
Pretender que te expliquen en plena actividad laboral de qué van a ir las nóminas en el futuro, era algo que no podían hacer por la premura de tiempo, y que el encargad@ tampoco ponía excesivo empeño en explicar, ya que primaban "sus asuntos" particulares, por encima de de los problemas del colectivo de Campsared.
Ya por entonces me zumbaba la mosca tras la oreja y debatía con algún sindicalista de los que luego se han volatilizado, que no era todo tan bonito como nos lo pintaban. Decía:
"Es evidente que [los sindicatos] no íbais a elaborar unos incentivos a la baja, pero tampoco eran todo lo ambiciosos que las molestias y el deterioro psicológico que producen, hubiesen requerido para sentir que era un trabajo (extra) bien pagado.
Ahora bien, si nos animais a pensar que con la que está cayendo sobre la economía lo raro es que cobremos algo, es evidente que lo cobramos. Lo que me joderá -si sigo dentro del negocio- es que dentro de tres o cuatro años se vuelvan a modificar por que empecemos a recuperar ventas y a conseguir unos incentivos más elevados."
Aquello era una premonición en toda regla, como las de acertar el número de la lotería en navidad, que ejecutan tan asombrosamente los prestidigitadores de la tele. En cuanto alcanzamos el punto de ebullición, nos enfriaron las perspectivas con otros nuevos incentivos "mucho mejores" e igualitarios, y otra vez a templar los violines hasta que consiguiéramos entonar la serenata en positivo para nuestros intereses. El juego se asemejaba mucho al del palo y la zanahoria, pero nuestros sindicatos seguían invitando a la calma: ¡Con la qué está cayendo, podemos darnos con un canto en los dientes! - Te decían.
En el fondo, era una forma de sentirse tuerto en el país de los ciegos. Con la economía putrefacta, y los trabajadores derribados comos los bolos de un pleno en la bolera víctimas de la reforma laboral, cualquier incentivo parecía una bendición del cielo.
No obstante, me reconcomía la idea de que nos viésemos esclavizados, y amarrados a un sueldo precario, y el quejido, como los acordes de un organillo, lo repetía hasta la extenuación:
"Independientemente de otras cosas, lo que es una sinvergonzada es que unos tí@s que tienen unos horarios cambiantes y a veces muy sacrificados, que trabajan festivos, noches, en año nuevo, que manejan -casi siempre en solitario- un negocio que mueve tantísimo dinero, estemos cobrando sueldos mileuristas, y que el salario base de nuestro convenio siga siendo un salario base de mierda."
Y añadía la letanía de los ecos sociolaborales:
"Y encima pretenden que en el nuevo convenio, prescindamos de la antigüedad, tengamos horarios más flexibles y consintamos la movilidad. Y todo eso además de tener que estar soportando el repiqueteo diario de la exigencia en ventas. No será la primera vez que cobro mal a un cliente por no estar centrado en lo que tengo que estar sino en venta de SP o loterías (por cierto, no soy jugador, soy antijuegos, así que, es como poner a un vegetariano a ofrecer hamburguesas; lo paso mal)."
El compañero
Sex-shop Red se sumaba al coro de quejosos, siempre abundante, pero que solo se agolpa en los cambios de turno, "por que si esto, por que si lo otro...", como si fuéramos plañideras de nuestro propio entierro, y expresaba su adhesión:
"Me sumo a este comentario... "No será la primera vez que cobro mal a un cliente por no estar centrado en lo que tengo que estar sino en venta de SP o loterías"... y yo añadiría también, por estar preocupado de que el jovencito que me mira de reojo no se lleve nada sin pagar de la tienda... o por no quitar el ojo al ocupante del coupé que no termina de acercarse a abonar la gasolina... o por estar pendiente del viejecito que no sabe introducir el coche en la máquina de lavado y amenaza con estampar su viejo cacharro contra el pórtico de la entrada...
Hay tantos motivos que evitan que ejerza mi trabajo totalmente concentrado con lo que tengo entre manos, tantas circunstancias que me obligan a una fuerte actividad cerebral, que algún día, lo reconozco, cuando mis amigos, mis familiares cercanos, mis vecinos, todos los que me rodean se rindan a los síntomas del Alzheimer yo solo podré gritar a los cuatro vientos.... ¡¡Gracias Campsared!!"
Gracias por mantenernos con todos los sentidos activos, y más hoy en día, que encima te quitan de la nómina los descuidos y los tropiezos a los que nos lleva tanta rutina complaciente, tanta sonrisa forzada, y tanto empeño por salvar nuestro resultado operativo.
Y recordaba las bondades de la Norma 1501, ¡qué ironía! cuando hoy en día nos enfrentamos al todo o nada por una endeble negociación.
"Yo con la antigua norma siempre gané en torno a 200 € (salvo cuando estuve en una estación pequeña que rondaban los 90-100) y por supuesto prefería lo anterior por la cuenta que me tuvo. Ahora bien, la "venta activa" no se la sacaron de la manga los sindicatos, fue algo que se le ocurrió a algún iluminado de la empresa, y no quedaban más narices que aceptarla.
Cuando se la presentaron a los sindicatos, estos estudiaron en tema y se vio, que sobre el papel, era posible mejorar los ingresos de la empresa y de los trabajadores a partir de un pequeño esfuerzo de estos últimos.
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Jose Avesada |
El problema es que esto se ha desmadrado por parte de los que exigen el "pequeño esfuerzo" y como explica Pepe Avesada (¡Ay!), quién nos dice que el día de mañana no quiera la empresa que hagamos ese trabajo gratis. Todo se andará, y los sindicatos no pueden hacerlo todo, son nuestros representantes pero no nuestros guerreros ninja para desenvainar las katanas y liarse a machetazos o a katanazos; como se diga.
Si algún día hay que plantarse tenemos que ser nosotros los que hagamos la fuerza, ya lo he dicho otras veces, los sindicatos podrán negociar mejor o peor, pero no pueden quemarse a lo bonzo para exigir posturas radicales, tenemos que ser los demás los que pongamos la fuerza."
Por entonces mi fe en los sindicatos se mantenía intacta, todavía
pensaba que hacer sindicalismo equivalía, a estar por la revolución, al socialismo utópico, a la antipolítica, cuando en realidad solo se trata de un trabajo funcionarial, un juego de ajedrez carente de pasión. Por cierto, todo un visionario Avesada, por experiencia o convencimiento, el se olía que la empresa acabaría recortando sobre lo recortado hasta conseguir encajar las tareas extra dentro de nuestras funciones habituales. Estamos a punto de alcanzar ese vínculo de unión. La nueva
Norma de Incentivos, es un supositorio a la medida de cada culo. Los que aprieten los glúteos conseguirán ganar unos parvos incentivos, los que se relajen, sentirán la gelatinosa penetración de la Norma mientras su sindicato de confianza, totalmente rendido, les susurra: "Tranquilos, relajar el orto, vereis como no duele".
Indudablemente, hace tiempo que me quitaron la venda de los ojos, hace dos años, cautivo y desarmado di con mis huesos en el convencimiento de lo que es inevitable:
"Hoy en día todas las empresas funcionan a través de incentivos (se acabaron los sueldos fijos por el mínimo esfuerzo), y aluden a la "productividad", que es algo bueno para las empresas pero malo para los que la tenemos que sacar adelante. La venta activa tenía que llegar como medio de sacarnos una mayor rentabilidad a cada trabajador. No tiene vuelta de hoja, es el futuro."
Alea jacta est (La suerte está echada). Hoy en día, ya se ha visto que no tenemos ni voz ni voto en este asunto, nos cambian la Norma como cambian la parrilla de la tele, cuando quieren incrementar ingresos, y nos elevan el listón de los objetivos a voluntad,
estamos limitados a verlas venir, nadie nos pregunta ni nos informa previamente, somos los receptores de la voluntad de unos pocos ¿La "casta"? Solo queda apelar a la cordura de quienes han rubricado esta última norma, para que vuelvan al camino que clama el colectivo de los trabajadores, que no es otro que
sentir que recompensan su esfuerzo, aunque éste no alcance los niveles de exigencia que marcan los objetivos -indudablemente crecientes- que marca la empresa.
Hace dos años escribía esto, y sigo reafirmándome. Dado que ya no hay vuelta atrás: "Soy firme partidario de los incentivos individuales recompensados con efectividad. De esa manera el que quiera ganar más terminará afónico [y agotado] los turnos, y el que se contente con un "sueldo mediocre", [al menos] llevará un trabajo pausado sin el agobio de unos superiores que azuzan machaconamente por detrás."
Comentarios de julio de 2012 (entre los días 23 y 28)
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