COMPAÑEROS DE CAMPSARED



"Podeis decir lo que pensais de vuestros encargados, de los objetivos, de la venta activa, de los cursos, de Sumando valores, seguridad, promotores del cambio, sindicatos, y todo lo que querais. Hubo en tiempos un blog de un compañero en donde mucha gente dejó sus comentarios, hoy no existe y como alternativa nace CAMPSARED BLOG, para reunir a todos los que somos COMPAÑEROS DE CAMPSARED"

Este blog, como indica en la cabecera, originariamente fue creado por un compañero llamado EXPENDEDOR-VENDEDOR el 20 de noviembre de 2008 pero problemas técnicos le impidieron actualizarlo, lo que dio pie a la creación de esta segunda etapa renovada que es la que se abre a continuación.
Como aquel, mantiene la idea de tener una plataforma de comunicación, de reivindicación y sobre todo un medio de expresión para todos los trabajadores de CAMPSARED y de REPSOL, y a la que quedan invitados cualquiera de los trabajadores de EESS sean cuales sean sus marcas.

Bienvenidos todos a este foro de diálogo e información.

Recordar que si visitais esta página por primera vez, para conocer el contenido completo de este blog desde su nacimiento, deberíais comenzar por el antiguo blog pinchando en este enlace:

'www.campsaredsprint.blogspot.com'





11 de julio de 2012

PESADILLA EN LA ESTACIÓN (3ª Parte)

Ya ha despuntado el día. Empiezan a llegar los clientes, los primeros me pagan en efectivo y no hay ningún problema, aunque sigo sin vender nada; no me extraña, con tantos contratiempos que he tenido hasta ahora, se me ha debido quedar cara de alucinada, y así, en vez de convencer, lo que hago es espantar a los clientes. Durante ese tiempo, alguno que otro me ha pagado con la tarjeta Visa o la Solred, y después de varias operaciones de bacaladera, ya casi me considero una experta, y conozco al agente telefónico como si fuera un íntimo; hemos tenido tiempo hasta de flirtear un poco.


Por suerte parece que la avería ya se ha conseguido arreglar, y el terminal de Solred me funciona perfectamente. Dios existe, o es que San Nicasio, es un fenómeno para problemas de telecomunicaciones.  A partir de ese instante comienza el
baile propiamente dicho, el que ya me anunció mi compañero. De pronto vienen tres coches a la vez, intento servirles rápidamente, pero uno de ellos me dice que quiere dos repostajes de 31 euros. Un caprichoso vamos. Los otros dos clientes pasan a la tienda y yo quedo haciendo el segundo repostaje del primer cliente. Vaya trabalenguas. Decido ir a la tienda. Le digo que ahora vuelvo. Cobro a uno mientras el que está en pista, haciendo de las suyas, es decir, ni caso, quita la manguera del depósito, y echa un chorro de gasoleo en el suelo del tamaño del lago de Bañolas. Menuda gracia, pataleo en silencio. "Se ha caído un poco de gasoil", me dice el cliente responsable. ¡Un poco!, con lo que se ha vertido hubiese podido ir al trabajo durante los tres meses que tengo de contrato. "No se preocupe", le digo, estoy aquí para recogerlo y limpiarlo y para ser puteada de siete a tres manteniendo la sonrisa. Esto último, solo lo pienso, aunque se me debe notar en la cara que me ha sentado como una patada en el estómago.

Uno de los dos clientes se había ido al baño, así que me dispongo a cobrarle al señor de los dos repostajes -el inútil que me ha puesto la pista como un centro de patinaje- el cual antes ni de decir los buenos días, ya me estaba pidiendo sendos vales de descuento y me estaba soltando otros dos vales para que le aplicara el 3%.  También me puso sobre el mostrador una tarjeta Repsol Más, la tarjeta de la Mútua y la Travel, y además quería factura. Era el típico: No-se-me-escapa-una, soy-más-listo-que-Dios.
En esto veo salir al tercer señor del baño, dar un repaso a los productos con origen,  y coger una lata de aceite Parqueoliva. Dentro de mi sentí que el corazón me palpitaba mas deprisa, casi podía llorar de la alegría, ¡Mi primera lata de aceite! pienso. Me emociono como si Justin Biever me hubiera dado su teléfono, pero aún he de acabar con el espabilao al que estoy atendiendo. Le explico que solo puedo hacerle un descuento, no dos, y tampoco pasarle dos tarjetas, solo una. Refunfuña, se lamenta diciendo que no entendía porqué, si ofrecemos tantos descuentos, solo podemos hacer uno por operación. Después de realizar los varios pasos que hay que hacer para llevar a cabo aquel descuento, pienso dentro de mi que el inventor de aquel proceso debía de ser un  informático novato, en el super bastaba con pasar la tarjeta, tres teclas como mucho, y listo, mientras que aquí había que hacer equilibrismos de teclado y memoria, hasta ver completada la operación. ¡Menudo informático de pacotilla! Seguro que hizo su curso por correspondencia en CCC.  Eso, o que quería probar los límites de nuestra paciencia.

Acabo la primera operación y le hago la factura. Mientras oigo el rascado del folio dentro de la impresora, me reconcome el nerviosismo, pues el cliente de la lata de aceite harto de esperar me paga el repostaje en efectivo, deja la lata de aceite en su lugar y se marcha. De nada sirvió que me arrastrara por la pista gritando ¡por favor, por favor, cómpremela! Ya se había ido. Mi gozo en un pozo. Acabo con la segunda operación y la segunda factura del cliente, y al entregárselas me comenta que él quería una factura de 62 euros y no dos de 31. Le explico que no se puede hacer si no me avisa previamente, y me acusa de estar en babia y no poner suficiente atención. Me revuelve las tripas, y no le doy un rodillazo en los cojones por que tengo por medio el mostrador, pero ganas no me faltan.  Él se marcha algo chamuscado, mirando de reojo, como si esperara que le hiciese un corte de mangas o algo así. Yo le dedico mi sonrisa falsa de: Que-te-den-mucho-por-donde-ya-sabes.
Por entonces, la pista ya empezaba a llenarse y no podía salir, suministrar y cobrar al mismo tiempo. Decidí quedarme en la caja, hasta que pasara la marejada.

Vino entonces la típica señora que viste Prada y bolso de Moschino, e insiste en que tengo que salir a servirla. Me tiro de los pelos. Es tanta la tabarra, y más que nada verla allí, creyéndose la reina de Inglaterra, que dejo al resto de clientes en la caja y salgo a fuera, la sirvo y vuelvo como un correcaminos, pensando que la media docena de personas que he dejado, han tenido tiempo de sobra para repartirse un buen botín de chicles, o de lo que quieran.

Sigo cobrando. A estas alturas mi sonrisa me ha dejado plantada, como a algunos el desodorante. Pensarán que estoy estreñida; alguno va a ofrecerme All-bran, y le voy a soltar una hostia.

Eran ya pocos mis problemas, y va y pare la abuela: El lavado ha arañado un coche, y el cliente exige atención inmediata. Tal vez si meto la cabeza en el microondas terminen mis problemas. Bloqueo las calles, echo a escobazos a la gente (es un decir), y pego otra carrera hasta el lavado. Ni que decir tiene que estoy hasta el c... de correr.

Una vez allí, veo el panorama, el cliente ha atravesado el coche en el lavado, como si quisiera encontrar un ángulo imposible para quitar el polvo a sus cristales. Le digo que es culpa suya. Para que quieres más, empiezan los tambores de guerra, se bajan del coche su mujer, los niños, y su perro, que me empieza a morder los pantalones. Insisto, la culpa es solo suya por meter mal el coche, y ellos me acusan de que las instrucciones no son claras, y de que no haya nadie para ayudarles a usar el lavado. En plena tamborrada de críticas, salgo corriendo pues el perro ya me ha llegado al hueso en uno de aquellos mordiscos al tobillo. Ellos me persiguen como en La Matanza de Texas solo que sin llevar sierra mecánica. En la puerta de la estación, tengo montada una manifestación de clientes a los que solo les faltan las pancartas y una barricada de basuras en llamas. Pido tranquilidad a todos, como quien pide moderación en la comida a una pandilla de zombies con gazuza de un mes. Si me hubiera puesto desnuda en plena plaza del Vaticano no se hubiera formado tanto revuelo como el que ya tenía montado allí, todos gritando como en una manifestación del 1º de Mayo.


Hago de tripas corazón. Llamada a la encargada, a la policía y a la brigada canina para que reduzcan al chucho que ya lo tengo a la entrada de la caja y al que tengo que reducir con el cepillo de barrer. Una hora de locura, que posiblemente me ha envejecido diez años. Resumen: dos hojas de reclamaciones, un parte de siniestro, y un buffet libre de chicles y refrescos para la multitud enfurecida. Busco por si hubiera una pistola escondida en el sotabanco, pero tengo que conformarme con darme cabezazos contra las paredes del obrador. Aun me queda media mañana. Buff, empiezo a plantearme si llegaré con vida hasta el final del turno.


Continuará...


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Un relato escrito por revoltosina el20 junio, 2012 22:15 - Adaptado y retorcido por Anksunamun

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Antes de leer este relato deberías dirigirte a PESADILLA EN LA ESTACIÓN (1ª Parte) y leer el principio de esta historia.






6 de julio de 2012

PESADILLA EN LA ESTACIÓN (2ª Parte)

Me lo tomo con calma, aún es temprano para empezar a deprimirme. Algo mas tranquila me encamino a poner en marcha el lavadero, y estando allí en plena faena, oigo la sirena de alarma, que suena histérica como si fuera a haber un bombardeo en un minuto.

Entonces me viene a la cabeza la hornada de pan y bollería que tenia en el horno y que, entre unas cosas y otras, había olvidado por completo. Corro desesperada y compruebo que se me habían quemado, y que estaba saliendo un humo negro que lo atufaba todo y había convertido la tienda en un almacén de productos ahumados. Con mi mente varada en pleno shock, el sonido de la alarma contra incendios seguía atronando logrando despertar a todo el vecindario, y yo trataba de pensar cual era el paso siguiente que había que dar para salir de aquella situación.

Mientras recupero los restos carbonizados de los bollos, dos minutos después empieza a sonar el teléfono, primero fue de la central de alarmas, luego el encargado, y finalmente la policía local pidiendo explicaciones. Bufff, quédémonos con la primera:  la central de alarmas; enseguida me preguntaron por lo que había pasado y al explicárselo me dicen como debo quitar la alarma. ¡Madre mía, qué de pasos!, menos mal que es temprano y aún no hay clientes. Con lo fácil que seria apagarla con un botón y reiniciarla. Empiezo a sospechar que hoy no he empezado con buen pie, también que nada puede ser peor. Me equivocaba, la Ley de Murphy se iba a cumplir a rajatabla, aún iban a ocurrir cosas peores. Por ejemplo que en menos de diez minutos se presentaran allí media docena de vecinos a ponerme la cabeza como un bombo acusándome de alborotar al vecindario, de despertarles a deshoras,  y de asustar a sus hijos. Entre todos se ponen de acuerdo para confeccionar una reclamación mancomunada. Mi catálogo de sonrisas se marchitaron conforme me tachaban de irresponsable y poco cuidadosa.


Cuando se marchan, me tomo una tila, y resoplo. Son las ocho de la mañana y ya tengo los nervios de punta y dos hojas de reclamaciones: todo un record; estaba más nerviosa que una gelatina encima de un subwoofer.  Hice unas cuantas inspiraciones y me puse a colocar la prensa, lo cual me llevó un rato, dada la cantidad de suplementos, regalos, etc., que acompañan a los periódicos que al ser domingo traían desde cd's a colecciones de libros, desde tazas de fútbol, hasta penes de silicona.

Esta tarea me distrae y tranquiliza bastante, y pienso que al menos, empieza ya a salir el sol en mi primer día; un rayo de esperanza en esta mañana tan nefasta que llevo. Mi compañero, al que llamé para pedir ayuda, -en los primeros minutos de desconcierto-  responde mi llamada y con voz cavernosa de Dark Vader, -lo que confirma mi versión de sabadete feliz- me comenta que los domingos suelen ser tranquilos hasta las ocho u ocho y media en que la gente empieza ya a salir de casa a por periódicos y a por el pan, y es entonces cuando comienza el baile. Pensé que a mi me había tocado bailar con el día más feo y más desafortunado del año. Paciencia, seguro que todo se arreglaba y empezaban a pintar oros y no bastos en algún momento. Mi compañero también me dice que lo de la maquinita de Solred es un problema común de todos los domingos, cosa del satélite, y que tendré que hacer bacaladeras, hasta vaya usted a saber cuando. Me indica los pasos a seguir y me repite que me tranquilice. Ha notado que estoy a punto del suicidio. Lástima que el horno sea eléctrico y no de gas, que ya hubiese metido la cabeza un par de veces. Y no descarto hacerlo si continúan así las cosas.


Me explica que aquel domingo era especial, y pasaría por la estación mas gente de lo que se acostumbra, al celebrarse no muy lejos de allí un gran premio de la F1. Cruzo los dedos, toco madera, y saco de mi bolso una estampita que me guardó mi madre de San Nicasio, el patrón de mi pueblo, a ver si me trae suerte. Me despido del compañero, que con la voz aguardentosa del psicópata de Scream, tampoco me ha tranquilizado mucho.

Ya con el pan, la bollería y los bocadillos recién hechos, la prensa colocada y la humareda casi disipada, me sereno un poco. Preparo la segunda hornada y algo mas relajada me dispuse a atender a los nuevos clientes que llegaban. Sonrisa al canto y salve por lo bajo a San Nicasio.

Les atendí igual que al anterior, e igual que al anterior me falla la tarjeta del primero, una Solred, ¡mecachis!... Al estar sobre aviso me dispuse enseguida a llamar por teléfono, todo ello tranquilizando a aquel grupito que se me iba formando de conductores y clientes mosqueados. Al llamar, lo primero que salta es un contestador, ¡jo...derrrr!.  Empiezo a recitarle los datos que me pide, pin-pan, pin-pan, pin-pan,  y cuando ya está a punto de acabar, ¡Me dice que no me entiende y que me pasa con un agente!, ¡¡Mierda de contestadores!! . Tranquilidad, si sigo así, se me va a adelantar hasta la regla. Inicio la conversación, el agente, muy amable me ayudó cuanto pudo, y así logré terminar mi primera operacion con Solred manual, y esperaba que también mi maleficio. El segundo cliente al ver la movida, muy amable me pago en efectivo -las cosas empezaban a ir bien- y yo con mi sonrisa de domingo les ofrecí algo para desayunar, ante lo cual me dijeron que ellos son solo de café, y que la diabetes no les deja probar el dulce. Del cupón de Cruz Roja no quisieron ni hablar, y de los Rascas de la Once me dijeron que era tirar dinero. Se fueron con las manos vacías, al menos, sin causar problemas.

Pero el tercero y el cuarto ¡Ah!, eso fue otro cantar. Uno me dijo que quería una factura, y que la quería ya, en aquel momento, después de haber tomado un donut y un café, y haberle ya cobrado con tarjeta. Nueva movida. Devolución, mosqueo y maldiciones por lo bajo. Al cuarto tuve la desgracia de volcarle un café con leche por el brazo. Era una rubia con cara de mala de telenovela. Me miró con los ojos inyectados en sangre, y luego miraba de nuevo su camisa. Creí que iba a saltar el mostrador y arrastrarme por los pelos. Tragué saliva, puse cara de mártir, que a estas alturas, era una cara que me salía bordada como para poder pedir en la puerta de una iglesia.

Después de irse, pensé que había salvado la vida de milagro. Le dí un morreo a San Nicasio que se le subieron los colores.

Continuará...



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Un relato escrito por revoltosina el20 junio, 2012 22:15 - Adaptado y retorcido por Anksunamun
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Antes de leer este relato deberías dirigirte a PESADILLA EN LA ESTACIÓN (1ª Parte) y leer el principio de esta historia.






1 de julio de 2012

PESADILLA EN LA ESTACIÓN (1ª Parte)

Por Revoltosina

Hoy me levanto algo intranquila, es mi primer día de turno en la estación en el que voy a estar completamente sola. ¡Brrrrr, vaya responsabilidad!, no he pegado ojo. Voy cansada y nerviosa y aún no he empezado mi jornada. Llevo unos días en prácticas reforzando al compañero, y aprendiendo con bastante interés para poder sustituirle en las vacaciones de verano. Mi anterior empleo había sido de cajera de una gran superficie, y en los varios años que estuve nunca tuve ningún problema que no pudiera solucionar llamando a la seguridad, caja central o a mi supervisora. En ese aspecto, estaba confiada, había tomado notas, y esperaba que todo transcurriera por los cauces normales ¿Por que no?


Llegue temprano a la estación. Quería jugar con margen para prever pequeños contratiempos que pudieran surgir. Ya en el trabajo, los saludos pertinentes con el compañero que sale de la noche y poco más, unas pocas recomendaciones para lo que había de ser, un día tranquilo, uno de tantos sin mayores problemas. Respiro hondo,  me preparo para abrir, cuento el dinero, cambio el turno y compruebo que todo esta en su sitio. Bufff, al toro.

Empiezo a calentar el horno y meto la primera hornada de pan. Después, napolitanas, croissants etc., mientras espero que llegue mi primer cliente. Antes de que eso ocurra, me dispongo a poner en marcha el tren de lavado y los boxes, todo siguiendo estrictamente mi lista de tareas, que hasta ahora yo voy cumpliendo a rajatabla. Ningún problema. Todo va sobre ruedas.
En eso llega un señor con traje y corbata que tiene pinta de muy serio, uno de esos ejecutivos de medio pelo que por lo visto le ha tocado trabajar en domingo; no tiene cara de muchos amigos. Salgo y le atiendo con una sonrisa -mi primera y encantadora sonrisa de primer día- , le sirvo diligente y al acabar le indico que pase al mostrador para pagar. Por el camino le voy enseñando los productos de selección de origen, a ver si suena la flauta y me compra unos melones de Tomelloso. Por ser simpática le hablo del tiempo, le ofrezco diez sonrisas distintas mientras le explico que con unas lonchas de paleta ibérica a modo de cubierta están riquísimos. El señor circunspecto me dice que no quiere nada. Se ve que he dado con un hueso. Ya en la caja me entrega su tarjeta de El Corte Ingles para pagar y le indico que por haber repostado mas de 30 euros le obsequiamos con un vale descuento de 6 euros para el mismo establecimiento. Nueva sonrisa que no obtiene respuesta. El señor acepta sin inmutarse, lo dobla y guarda en la cartera como quien mete un papelajo que no a mucho tardar irá a parar a la basura.

Al no tener lista la bollería, no me atrevo a ofrecerle café, pero le comento que si le gustaría colaborar con la Cruz Roja comprando un cuponcito para el sorteo del oro. El señor pone cara mas agria, la de estar estreñido del todo,  y me contesta que ya ha colaborado suficiente, ya que la Cruz Roja le ha mandado a su empresa cien euros en cupones, y lo mas probable es que se tenga que quedar él con todos. No chisto. Le solicito la tarjeta Travel y me dice tajante que no tiene, pero que no me moleste en explicarle, que no la quiere. Al ver que tampoco tiene la Repsol Mas le comento muy de pasada las ventajas y el señor ya irritado del todo me dice que tiene mucha prisa, y que no tiene tiempo ni ganas de rellenar nada, que estoy empezando a atosigarle.

Yo convencida de que con este cliente no voy a sacar nada, me dispongo a cobrarle para esperar una oportunidad menor. Le paso la tarjeta y me sale un mensaje de "operación no disponible" ¡¡Horror, qué es eso, es la primera vez que lo veo!! ya con un palpito en el corazón, repito la operación y lo mismo. Empiezo a ponerme nerviosa. Llamo a mi compañero de la estación cercana. ¡Venga, venga, qué se ponga! Ni caso, era noche de sabadete y aún debía de estar cargando baterías. El cliente barruntando el problema, comienza a enseñarme los dientes, y me pregunta malhumorado si ocurre alguna cosa.  Le comento lo sucedido, y sin mucho convencimiento -ya digo que el tío no era precisamente la alegría de la huerta- me proporciona una tarjeta Visa, la cual al pasarla me vuelve a dar el mismo error. El cliente se sube por las paredes y empieza a jurar en arameo, me pide una hoja de reclamaciones y me pide mi nombre, tachándome de incompetente. ¡Menudo comienzo! decido utilizar la maquina de H24, y después de tenerme esperando casi un minuto, -largo minuto es esas circunstancias- consigo finalizar la operación con éxito. El cliente se va muy cabreado por el tiempo que le he hecho perder, completa la reclamación y se despide con un buenos días que suena como un "vete a la mierda".


continuará...

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Un relato escrito por revoltosina el20 junio, 2012 22:15 - Adaptado y retorcido por Anksunamun
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