Arrancamos la máquina que logicamente está durmiendo. Aguardamos el parpadeo tranquilo del termo de la leche. Nuestro fantasma espera silencioso, con la tez pálida, ojeroso, la mirada perdida, como si fuese un paje de la muerte que aguardara mientras nos decidimos a presentar nuestros respetos a la Parca.
Mientras la eterna lucecita de la leche marca el ritmo en segundos como una cuenta atrás interminable, pensamos en si hemos hecho mal o bien en nuestra vida, si estamos preparados para el tránsito. Entramos en ese tunel de recuerdos desde nuestra niñez hasta el presente mientras el emisario de la muerte espera su café.
Sientes una emoción y un miedo paralelos mientras aprietas el botón y va saliendo el humo de la leche caliente.
No esperabas llegar tan joven a este trance, tal vez si no le entregas el café, se marche entre la niebla tal cual vino, pero también podría enfadarse y hacer una reclamación satánica que debe ser un 'marrón' cósmico y volcánico. Mejor no provocarlo.
Comienza a mostrar signos de impaciencia, pone cara de rabia, se le inyectan los ojos, va a devorarme en cuanto asome el brazo por el cajón de pago. Me ha mostrado los dientes. A lo mejor se calma si le ofrezco unas nueces o un queso D. Bernardo; hago el intento.
Parece que le he desconcertado, unos hilillos de saliva caen de su boca, y los ojos antes enrojecidos, ahora han tomado una expresión estúpida, mezcla de incompresión y de ternura. Al menos si me lleva, será una muerte dulce.
Deposito el café en el hueco del cajón, no me atrevo a solicitar ningún importe, -Uno veinte- le digo en voz muy baja y temblorosa., y el me suelta un billete de cinco plegado y sucio, con residuos biológicos y químicos, que da miedo cogerlo por si trasmite un virus mortál y contagioso. Le doy la vuelta conteniendo el aliento, por que se que mi suerte ya está echada.
Con los dedos cruzados y musitando una oración de cuando niño, esperé su mortal y rápida guadaña, su perfecto y certero machetazo, el trago amargo de no tener que hacer más venta activa, perder la adrenalina que despedía una venta de aceite o de bonito, la ilusión de mis hijos, el consuelo de mi mujer que sobre la nevera con imanes desplegaba la cuenta de mis ventas, haciendo cruces sobre un papel en blanco, tantos quesos, tantas almendras, todo aquello terminaría de golpe después de aquel café de medianoche.
El Nespresso de medianoche (Campsared Blog) |
Sin embargo, el tipo, con los ojos en blanco, medio tambaleándose, tomó de un sorbo aquel café y se fue de allí por donde vino despidiéndose con estas palabras: "Volveré otro día, ¡Hip!, Si es que encuentro este sitio, tengo una encima... ¡Hip!".
Pero yo no me fío, cada semana que me toca de noche, escudriño en la oscuridad, hundo la mirada en la niebla y espero la llegada del jinete maldito, el que busca café en la madrugada, el que sale de ningún sitio, el que viene a llevarme al más allá.
Mi cuñado me dice que yo ya estoy un poco 'mas allá' de la cabeza, ¿Será el stress?
CAMPSARED ME TIENE LOCO, Y LA VENTA ACTIVA NO TE DIGO |
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