¿Quiere unas cerezas? |
Ella se confesaba de pecados veniales, de utilizar en vano palabras como 'riquísimo' o 'reciente', de ponerse el disfraz de 'buena chica' para lograr alguna venta. Y es que, francamente, nos hemos convertido en mentirosos compulsivos, somos charlatanes de feria vendiendo falsos ungüentos milagrosos. Adornamos las ventas de piropos, de cualidades deslumbrantes, transformamos la fruta en ambrosía convirtiéndola en multivitaminas. Las almendras son las mejores del planeta, los quesos hacen las delicias de los gourmets franceses, nuestro Rioja de seis euros botella, es poco menos que la envidia de los Vega Sicilia, y en las orillas del río Duero, tienen a vírgenes descalzas pisando uvas, para darles un toque afrodisíaco y delicioso a nuestros vinos de Ribera. Y por si fuera poco, vendemos un aceite de oliva, más que virgen, sagrado, aporta juventud, vigor sexual, salud eterna y todo envuelto en aromas de misterio; a su lado los santos oleos con que ungieron a cristo, son escupitajos de cabra. En fin, nos hemos habituado a mentir, bueno, tal vez a mentir no, pero a vender la luna con un lazo, seguro.
Dicho de otra forma, cuando ofrecemos una SPó, vendemos una 'moto' de mucha cilindrada, una moto que más que correr, vuela. Hemos adoptado unas formas de mercader viajado, exageramos como nadie, adjudicando virtudes y sabores fantásticos. Igual decimos que tal o cual producto mejora las varices, o que la oferta es única e irrepetible, o que sin esa venta nuestros méritos va a quedar en entredicho y nuestro hijos en ayunas. Hemos alcanzado niveles de falsedad considerables: "la fruta acaba de llegar", "las cerezas son las mismas que toma el Maharajá de Kapurthala", "la paleta es riquísima, se deshace en la boca" (Y apenas la hemos visto, y ni siquiera olido, y muy posiblemente ya esté dura si lleva mucho expuesta), "estos quesos manchegos son un caprice des Dieux, no probó nunca cosa semejante, usted verá, mañana igual no tengo". La retahíla de piropos que reciben aquellos alimentos, bien podría hacernos merecer ser hijos predilectos de alguno de esos pueblos en donde se producen los productos.
Inflamos cualidades pasables para obtener la tan preciada venta. Nos hemos convertido en magos, ilusionistas que vendemos quimeras envueltas de confeti y luces de colores. De nuestra chistera de palabras, extraemos suculentos productos, y ante la sorprendida mirada del cliente, transformamos almendras en palomas, o unos garbanzos en pepitas de oro. Presentamos esos productos como si fueran el alimento de los dioses, la exquisitez de lo exquisito, la crème de la crème. ¿Quién dice que no acabaremos vendiendo la pasta d'italia asegurando que nuestros tagliatelle son los mismos que utilizaba Berlusconi para aguantar el bunga-bunga, o caviar luso certificando que es primo muy cercano del ruso, pero infinitamente más rico y más barato. Tal vez diremos que las fresas llevan champán y viagra incorporadas, o que el jamón es de una finca ancestral de la familia de Francisco Pizarro en la dehesa extremeña.
Pero lo más dramático de todo esto, no es que ya estemos en el top ten de los más embusteros de la historia, desbancando a Pinocho y por detrás de Clinton, lo malo es que nos gusta, disfrutamos y crea adicción. No hay nada como vender varios productos urdiendo un cuento chino sobre sabores legendarios y propiedades mágicas. Cuando se marcha nuestra víctima, nos regodeamos como un malo malísimo de los que salen en los dibujos animados, nos encanta haber inventado una patraña para vender esa paleta o el frasco de aceitunas. Disfrutamos hasta tal punto que casi nos deshacemos de gusto al ver que somos émulos de la bruja Avería.
Sabemos que está mal, que si tuviéramos las napias de madera, serían más largas que un taco de billar. Pero después de producidas varias ventas seguidas, hemos entrado en éxtasis, no somos dueños de nosotros mismos, se nos excita el hipotálamo, y somos capaces de vender los bollos de anteayer diciendo que son de esta mañana, de borrar la caducidad a unos refrescos, o de endosarle a cualquier vieja la partida de chocolates que se nos echo a perder hace dos meses.
¡¡He vendido una paletilla!! |
Para bien de la empresa -y no lo sé si nuestro-, desde que entramos somos depredadores que buscan dar bocados a diestro y siniestro.
Si pretendíamos ser esmerados trabajadores, ya lo hemos conseguido, pero con la decencia entre comillas, por que aportamos, somos productivos, participamos activamente en levantar las ventas de la empresa, pero en el Día del Juicio, seguramente pasemos varios siglos en el purgatorio antes de que decidan si entramos o no entramos en el cielo de los justos.
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De hecho yo ya empiezo a notar rabo y cuernos. Y no tiene nada que ver con vida sexual mia o de mi pareja a terceros. Estoy ahorrando para el tridente.
ResponderEliminarTendre que echar cuentas con San Pedro un dia de estos.
Mu bueno el artículo
Tu no lo haces nada mal, anímate y mándame de vez en cuando alguna cosa.
ResponderEliminar- Vamos que me los quitan de las manos.
ResponderEliminar- No paséis de largo.
Que razón que tienes ANK,entre este relato y el bazar de los chinos... jejejeje.
No sabemos donde estará el fin de este viaje tortuoso y vaivenes ...
La venta activa que tan bien nos describe nuestro amigo Anksunamun en sus relatos en el blog de Campsared.Este en concreto, como ,a los expendedores nos han transformado en vendedores de ferias,charlatanes de mercadillos,vendedores ambulantes... no importa como vender... NO IMPORTA EL COLOR DEL GATO,LO IMPORTANTE ES QUE EL GATO CAZE RATONES...
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