A mediados de esta semana tenemos un dilema al que enfrentarnos. Una respuesta societaria a la reforma laboral. Por un lado parece que el plante no va a servir de mucho (nuestras propias
encuestas muestran un resultado apabullante). El gobierno se ha apretado los machos, se ha atrincherado tras una recia mayoría absoluta luciendo músculo como un macarra de pantalones prietos, y en cuanto alguien protesta, le responde con chulería ¿Qué de qué?
La 'sobredosis' de votos es lo que tiene, da mucho músculo, y mucha libertad para arrear hostias (en Valencia fueron literales), aprobar reformas contra natura, o hacer trizas derechos que había costado lustros alcanzar. Pero, pelillos a la mar,
este gobierno con el pretexto de arreglarnos la vida a los trabajadores, se la ha arreglado también a los empresarios, que además -en su mayoría- son votantes de la derecha. Así pues, venga un detallito de bienvenida. Que les hubiese regalado un
panettone ¿verdad?
El caso es que, tras la victoria electoral, todo han sido tijeretazos, cortes y recortes, como si
Freddy Kruger llevara las carteras de Economía y Hacienda y hubiese estado dando rienda suelta a las cuchillas provocando las pesadillas de los trabajadores.
El que más y el que menos, se ha pertrechado ya de
betadine, vendas,
gelocatiles y
reflex para sobrevivir a las heridas y al vapuleo que va a durar un par de años como poco. Pesadilla de "Moncloa street" que los andaluces han asumido con coraje, sin amilanarse después de lo visto en las demás comunidades. Ellos, como el japonés que se destripa en un
hara-kiri, han votado al PP en las autonómicas, demostrando que en cierta forma, asumen el varapalo que les vaya a caer, aceptándolo como una penitencia. Eso si, en un último arranque de lucidez,
Izquierda Unida se ha llevado la parte del pastel que le tocaba al candidato
Arenas aguándoles la fiesta. Lo siento por Arenas, que era mucho más guapo que
Griñán, a la hora de lucir en las fotos oficiales.
En este punto, enfrentado a la decisión de hacer o no la huelga, varios pensamientos saltan dentro de mi, como las palomitas calientes, preguntándome como hemos llegado hasta este extremo. Al contrario que muchos españoles, no me siento culpable de la crisis, yo no voté al PP, ni considero justificada la escabechina que ha mutilado nuestros derechos laborales.
Yo, como todos -como la inmensa mayoría que conozco-, trataba de llevar una existencia de disfrute moderado. Compré una casa que voy pagando con esfuerzo, celebrando las sucesivas bajadas del
euribor. Compré un coche pequeño que consumiera poco, que pudiera pagar en cuatro años sin extender mi deuda eternamente. Pagaba mis facturas, el agua, el gas, la luz, haciendo cuentas y apartando dinero para los gastos familiares. Cuando pude y me vi capaz compré una tele grande de plasma y de 100 hercios, aunque las buenas ya eran
led y de 200 hz, por que debía pensar con la cabeza, y no con mi vehemente corazón. Mi móvil es ciertamente normalito, mi ordenador de oferta, ningún pepino de tropecientos megahercios. y compro ropa de precios asequibles en centros comerciales. Además, me gusta pasear, que es bien barato, y mis escaparates favoritos -y gratuitos- son los largos pasillos del
Leroy Merlín donde disfruto imaginando lo que haría si tuviera dinero. Una vida que no es nada alocada como veis.
Fuera de aquello, siempre he volcado mis esfuerzos en hacer mi trabajo, subir las ventas y conseguir el bienestar para mi empresa y mi familia. Y ahora, de pronto, sin haber hecho nada extraordinario que perjudique a este país, sin vivir -pienso- por encima de mis posibilidades, sin tener deudas que no pague, sin jugar a la bolsa, sin inflar ninguna burbuja ni especular con mi vivienda, sin engañar a los mercados o a mi banco, ni pedir subvenciones, ni insultar a los guiris de
Moody's o de
Standar & Poor's, de pronto, me dicen que he jugado a los dioses, que por mi culpa y de otros como yo, el estado tiene un déficit bárbaro, las comunidades andan a la cuarta pregunta, y que mi ayuntamiento no va a gastarse un duro más, porque hay que pagar 60.000 millones que debemos a la Unión Europea.
No lo entiendo. Es por eso por lo que van a cortar donde se tercie, más o menos hasta donde alcance la tijera. Van a subirnos los impuestos, pagarnos menos sueldo, paralizar cualquier mejora, abaratar la sanidad, la educación, subir el iva, mandar a miles de personas a la calle, y por si fuera poco, arrancarnos los derechos sociales, hacer que la pensión sea más pequeña, pasearnos por la plancha laboral para que el empresario tenga fácil arrojarnos al mar o bien hacernos comulgar con ruedas de molino. No es justo.
Me siento defraudado y sorprendido. Con un pasaje de tercera en el
Titanic, viendo como el barco se hunde y a mi, y a mi familia, a mis amigos y vecinos nos echan la culpa por haber levantado un iceberg de polvo de ladrillo.
No me siento responsable de esta crisis, y sin embargo como el resto, he visto amputados mis derechos y he sido culpabilizado, castigado por la reforma laboral y los recortes, y condenado a padecer precariedad para los restos mientras los que mandaban, banqueros y políticos, siguen viviendo a nuestra costa (ellos pagan sus deudas a un cómodo 5 % de interés), y con paternalismo hipócrita nos repiten con retintín:
"Que sepais que lo hacemos por vuestro bien".
Llega a tal punto el optimismo de nuestros empresarios que no hace mucho como en un aquelarre, han llegado a convocarse
cursillos en los que aprenden a sacarle provecho a la reforma manteando trabajadores entre aplausos y vítores, explicando como asarlos a la parrilla para que estén crujientes.
Si creen que vamos a aceptar mansamente que se nos esclavice como trabajadores, si piensan que con el sacrificio y una injusta reforma laboral vamos a estar callados, se equivocan. Abaratar el despido solo es una excusa. Por eso, por todo lo que ya hemos perdido y más que se avecina, el 29 hay que participar.
Y no nos engañemos, esta huelga no es por los sindicatos, aunque con ella se reafirmen, pues el éxito de sus negociaciones depende muchas veces de actos como éstos. La huelga es por mostrar nuestra repulsa y apostar por la esperanza.
Agachar la cabeza no va a arreglar las cosas, y es posible que el miedo condicione la decisión de mucha gente, especialmente trabajadores eventuales, los de temporada, los de prueba, y ¿Los cobardes? El doble filo de esta huelga nos asusta, y eso va a abrir una gran brecha entre los que manifiestan rechazo contra las medidas tomadas -que somos casi todos- y los que de verdad van a mostrar en público su desacuerdo desafiando los miedos y las opiniones contrarias. Por ellos, por nosotros, por todos, especialmente los que estamos fijos tenemos que mostrar nuestra queja, y hacer valer nuestro derecho a la huelga, Hacer sentir a nuestros dirigentes políticos que no estamos de acuerdo, que no nos resignamos, que los trabajadores no vamos a pagar la crisis, que siempre que nos pisen vamos a protestar, sin descanso. No habrá paz para los malvados que dictan leyes indignas o esclavistas que envenenan nuestro futuro devastando las conquistas sociales del pasado. Si no respondemos con contundencia,
las medidas sucesivas que tome el gobierno serán aún más demoledoras.
Después de habérmelo pensado algunos días -sin la vehemencia de un sindicalista sino con el realismo de un trabajador-, he comprendido que hay sobradas razones para convencerse de que lo único que nos queda, aunque sea el último recurso y parezca que no sirve de nada, es la protesta, poner el grito en el cielo y apoyar esta huelga demostrando que no van a pasarnos por encima.
Por eso, y por cinco millones de razones más, a esta huelga, todos deberíamos ir, todos en nuestras estaciones tendríamos que estar de acuerdo y apoyar la movilización por el bien de nuestro futuro. Claro que el miedo es libre y la mayoría somos unos
cagaos, pero eso, es otra historia.