En realidad era un combate lógico que había de llegar tarde o temprano. El imperio galáctico de la ONCE que había iniciado su ofensiva tiempo atrás, consideró que la conquista de este nuevo planeta no iba tan rápida como esperaban, no se podían rendir tan fácilmente sin presentar una cruenta batalla con varios miles de vidas inocentes en juego, y nunca mejor dicho. Se trataba de conseguir filtrar en los hogares de todo el universo, un ejército de pequeños androides rascantes que vencieran la voluntad de los humanos y del resto de pobladores del sistema planetario.
Los comandantes de la Federación sobornaron sin mucho esfuerzo a los avariciosos mandatarios de nuestra Estrella de la Muerte, que se dejaron convencer por las prevendas y ese lenguaje indescifrable pero hechizante de los undécimos, o habitantes de la ONCE, un planeta de obscuridad total, sin soles ni pantallas de plasma, un mundo tenebroso y desconocido, donde los sonidos y el tacto cobran importancia vital, y junto a la intuición, son el único medio de reconocimiento que les permite sobrevivir es esas condiciones adversas.
- ¡Oiga!, Me ha tocado una teta -
- Pues claro, es que la estoy reconociendo. No todo va a ser intuición - Se excusaban a veces en su jerigonza particular nativa
Los undécimos son seres de inteligencia superior, reconocen en los olores y en los mismos silencios, la forma de pensar de los otros, adquieren la destreza de dominar su mundo a ciegas, y de colonizar otros planetas con una sorprendente capacidad de adaptación, algo que no conseguiríamos nosotros en su mundo ni utilizando el último Tomtom actualizado por Google Earth del cosmos.
Dan miedo por que pueden con todo, 'juegan' con nosotros, aunque pensemos que 'jugamos' con ellos. Son una raza superior que quiere conquistar la galaxia penetrando en el nucleo duro de nuestros anticuados cerebros.
Poseen tecnología puntera, interpretan lenguajes sobre 'puntos', cuando nosotros apenas si nos entendemos utilizando letras y palabras. Saben y pueden controlarnos, tienen revistas porno con relieves hechos de silicona, tienen bastones laser y perros amaestrados que leen a Kierkegaard, y que conducen turismos de alta gama.
Su colonización de este planeta fue rápida y sin sangre. Se metieron con discrección en nuestras mentes, introdujeron bolas saltarinas que cada noche rendían la voluntad de los humanos ante el televisor. Después de un tiempo, desplegaron un imperio económico y mediático que amenazaba la libertad de libre gasto de los hombres. Aprendimos a dejarnos lo suelto, proseguimos abriendo la cartera, la caridad se convirtió en un vicio, escuchamos sus cantos de sirena, sus anuncios, sus chascarrillos siderales que sólo habíamos visto en ALF hasta la fecha, y sucumbimos a su encanto alienígena. Nos abdujeron con ensoñaciones económicas para cada uno de los días que tiene la semana, para los lunes, para los viernes, el Especial, el Superonce, un tsunami que arrebataba voluntades montaba su espectáculo de adoración diario alcanzando los más remotos rincones del planeta. Cada mañana o cada tarde, acudíamos al quiosco del 'Halcón Milenario', y nos administraban unos euros de droga. "Dos iguales para hoy" , la marca de la bestia. La gran ola...
En su sagaz guerra galáctica, colonizaron nuestras ciudades y entraron dentro de nuestras casas ganándose la confianza de los sorprendidos terrícolas.
Su expansión no tenía precedentes, solamente la marabunta (Y los estrenos de 'Torrente' claro) mostraba una voracidad de tal calibre, pero la realidad ya no contaba con Charlton Heston en plenas facultades, y los extraterrestres de la ONCE se introdujeron por todas partes, por los conductos de refrigeración, en los envases de patatas, en los letreros luminosos, en la televisión, en los sujetadores de las chicas, en los libros de texto, en las palabras de la radio, y en los cerebros de los sesudos directivos de Repsol.
Fue una ofensiva arrolladora, las huestes de aquel ejército de cegatones demostró buena vista, penetrando en la vida de la gente por cualquier orificio, no sólo por los ojos y el oído, eran androides que penetraban de boca en boca con lujuria, convirtiendo nuestra labor de vendedores en una sórdida propagación del vicio, y a nuestra sociedad, en un ejército de desordenados ludópatas.
EL VICIO ENTRABA EN TODO AQUEL QUE ALGÚN SEGUNDO MOSTRABA ADMIRACIÓN O ALGÚN DESCUIDO DE SOBERBIA O DE ENVIDIA.
Hasta entonces sólo había oído hablar de aquella plaga, pero un buen día llegó una nave extraterreste hasta mi pueblo, y aquel bicho pesado, rechoncho, gris oscuro, y de mirada colorida, se posó en un rincón de la gasolinera, junto a nosotros en la zona de caja.
No había cojones a espantarlo ni enseñándole la caja de los caducados, ni amenazándole con la fregona con que desatascábamos los servicios. Nos miraba, vertía ese mórbido tufillo ácido de extraterrestre cojonero y hacía 'fu' como un gato enfoscado, como una fiera corrupia dispuesta a devorarte. Y así fuimos cayendo, nos saltaba en el pecho y como un pulpo se hacía fuerte contra nosotros, se nos metía en el corazón, bajaba hasta el estómago, y como el hambre, doblegaba la voluntad, abríamos el monedero y ¡clink!, como en una hucha de acero, euro perdido. De vez en cuando nos premiaba., un ronroneo forzado, y otra vez a morder, como si fuera el perro rabioso de los Baskerville.
En los últimos tiempos el imperio quiso avivar la ocupación, y lanzó una furiosa arremetida. De sus naves nodrizas salieron miles de recomendaciones, innumerables circulares, había que conseguir que los nanoorganismos penetraran en nuestra sociedad, infectando desde los más jóvenes hasta los más ancianos.
El contraataque no se hizo esperar. Recibimos la hoja de ruta con unas claras órdenes de iniciar la ofensiva. El imperio tenía recursos para afrontar una contienda larga y fatigosa, en la que no cabía la palabra 'derrota'.
A nuestros jefes les succionaron los cerebros mediante vainas que por la noche les penetraban por el culo. Por la mañana, ellos trataban de hacer lo mismo con nosotros, y muchas veces lo lograban. Nos vimos abocados a la guerra.
Desde la torre de control de nuestras caza-cajas disparábamos proyectiles sin parar. Los terrícolas evitaban la balasera con arriesgados juegos de cintura, las más listas en ésto de menear la cadera, por supuesto, y como en otras muchas cosas, las mujeres, que ejecutaban 'waka-wakas' perfectos para salvar los proyectiles, o desplegaban el protector seguro antimisiles, que sólo atravesaban acertados disparos que llevaran un baño dulce de chocolate o caramelo. Los misiles de gominola también las alcanzaban con frecuencia, pero permanecían impávidas ante el arrullo hipnótico de los nanorobots.
Nos obligaron a entablar una guerra diaria que duró 100 años y tres días, y que para los anales de la historia sería llamada , "la guerra de los 100 años y tres días", o en modo breve, la guerra de los Rascas a la que pronto se uniría otro imperio todopoderoso e invasor: Los ejércitos milenarios de La Cruz Roja
Fue un acontecimiento galáctico, que presenciamos todos, sobre todo las viejas glorias del Madrid, los bisnietos de los zidanes y pavones, de los ronaldos y los beckhams, las estrellas de antaño contemplaban la apoteosis presente de aquella guerra de galaxias universal.
Un grupo de rebeldes llamados "Ludópatas Anónimos", soliviantados por la exigencia del del tirano, se levantaron y formaron la resistencia que en esos días luchó contra los malvados extraterrestres al grito de:
" Rasca you, when you die that you will do your?
Rasca you, when you die that you will do your?
Your you will be a corpse nothing more"
Your you will be a corpse nothing more"
Sobran las traducciones, pero para nostágicos ahí va el himno en castellano de la revolución:
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